Un motín de lujo
Después de seis días sin tocar tierra, los malhumorados pasajeros del trasatlántico «Queen Mary 2» consiguieron que la naviera les devolviera el dinero de sus pasajes
Cuando el capitán del mayor crucero del mundo, el Queen Mary 2 , decidió saltarse tres escalas en el Caribe para recuperar el tiempo perdido por la avería de uno de los cuatro motores el pasado día 19, no se le ocurrió mejor cosa que decir por la megafonía del buque que el pasaje -2.528 personas- hallaría «muchas cosas para hacer en cubierta y así poder entretenerse». Mentir no mintió, porque este crucero cuenta con quince restaurantes y bares de lujo, cinco piscinas, un casino y hasta un planetario. Pero pronto comprenderían el capitán Ronald Warwick y la compañía propietaria, la naviera Cunard, que lo que los pasajeros querían, al menos unos mil bizarros piratas de mocasines y camisas horteras, era armar un jaleo que ni el capitán Haddock se hubiera atrevido a suscribir. La tripulación tuvo que calmar durante días a un pasaje que al principio se acercaba lloriqueando preguntando «por qué» y que a medida que pasaban los días, la eternidad de seis sin tocar tierra, profería gritos que aumentaban en intensidad hasta que a alguno de los activistas se le ocurrió gritar aquello de «¡motín!». Los ricos marinos del QE2 no podían entender por qué habían decidido saltarse a la torera las escalas en lugares tan tentadores como las islas Barbados, St. Kitts y el puerto de Salvador, en la costa de Brasil. En su lugar, el capitán puso rumbo directo a Río de Janeiro, desoyendo a tanto quejica de pantalón corto. Fue tras esta decisión cuando los expedicionarios de videocámara amenazaron con tomar el puente de mando y negarse a abandonar el crucero en Rio de Janeiro hasta que la compañía aceptara devolverles en su integridad el coste del billete. El almirantazgo de la naviera se reunió en gabinete de crisis y decidió que, aunque a los amotinados en otros tiempos se les abandonaba en una isla con un mendrugo y un botella de ron, tal cosa no quedaría bien en el programa de márketing y de nice image que querían dar, por lo que aceptaron pagar la mitad del billete a cada pasajero. Parte de los amotinados pensaron que aquello era suficiente. Pero los más incorruptos respondieron que no, que ya habían pagado hoteles y excursiones en las escalas que sólo habían visto a varias millas náuticas de agua. Tras largas deliberaciones, Cunard aceptó ayer devolver el billete en su integridad a los pasajeros que abandonaron el crucero en Río. A los pies de las escalerillas esperaba a los amotinados la directora de Cunard, Carol Marlow, que pidió disculpas al pasaje. Alan Berg, uno de los bizarros pasajeros, indicó tras abandonar las barricadas náuticas que en varias ocasiones había llorado durante la semana, «cuando el crucero se convirtió en un viaje por barco a Río». El viaje iba a durar 38 días, debía haber recorrido toda la costa de Sudamérica y llegar a Los Ángeles el 22 de febrero. Los pasajeros que están disfrutando en estos momentos del resto del crucero recibirán el dinero del billete correspondiente al trayecto realizado.