Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Los estatutos

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CATALUÑA ANDA A LA GREÑA por conquistarse un Estatuto que sirva para satisfacer sus compromisos históricos. Galicia a lo que se advierte por los temblores de la tierra de Rosalía, también pretende que les sean reconocidos sus derechos a ser, tal y como ambiciona desde tiempos inmemoriales y con tantos argumentos históricos y sentimentales, como cualquiera otra porción de España que, ávidos sus impulsos tradicionales también piensa, siente y quiere ser todo lo Galicia que le sea permitido. Andalucía, por no ser menos, se envuelve en sus viejas banderas reivindicativas para reclamar sus derechos estatutarios. Y parece ser que otro tanto pudiera ocurrir en un plazo corto, así que se decrete la libertad de cultos históricos, con Extremadura o Cantabria o Castilla y León a partes iguales. ¿Por qué no? Todos los pueblos de España tienen argumentos históricos que acreditan su condición independiente, por más que sin abandonar la sombra de la siempre respetada como madre patria absoluta. Nos encontramos, lo diga el general o lo exponga el tendero de la esquina, en un momento verdaderamente difícil. Yo no diría que alarmante, porque todavía los rumores no han adquirido la condición y la categoría de doctrina o de ideología que produzca ese fruto venenoso que es la independencia. Pero sí sucede o está a punto de suceder que las sugestiones meramente didácticas se conviertan en artículos de fe y los profesionales del rumor en imanes, en gurús, en sacerdotes o en idólatras de la irracionalidad que intente superar todas las barreras que la historia, la costumbre y las leyes históricas, pudieran esforzarse en permanecer. No nos encontramos sumidos en la incertidumbre, porque todos sabemos o al menos estamos obligados a conocer que un país, una nación, un pueblo, no puede resignarse a ser un motivo de mercadeo político o un ejercicio de fuerza por el dominio total. Hemos alcanzado constituciones que garantizan un mínimo de libertades que permiten la vida racional y positiva de los pueblos, de las gentes que les pueblan y esas peculiaridades, de las que no tiene porqué ceder ni renunciar, sino que, si las variaciones del conjunto de nacionalidades que conforman la sociedad general universal lo impusieran, podrían alegar su naturaleza, su condicionamiento social y sus costumbres para exigir el debido respeto, frente a Estatutos elaborados acaso al calor de la fiebre partidista con detrimento de los derechos inalienables de lo que somos cada uno. La fiebre estatutaria nos ha calentado los cascos y todo hace suponer que, de no contener determinadas incoherencias, pudiéramos caer en el agujero negro de lo múltiple, de lo variable y de la pérdida efectiva de esa memoria histórica a la que tanto se apela, sin declarar sus límites. Bien sabemos que hablar como se hace con notoria ligereza, desde las tribunas más accidentales del Estatuto de esta o de la otra porción española, es además de una aventura, un peligro. ¿Que viene a ser lo mismo que dijo o que sugirió el teniente general? ¡No lo toqueis ya más, señores, que así es la rosa!

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