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Publicado por
ANTONIO TROBAJO
León

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ES, SIN lugar a dudas, la campaña realizada desde instancias eclesiales que, hoy por hoy, tiene más incidencia en el seno de la comunidad cristiana y de la sociedad civil. No es para menos. Porque es cuestión de pura humanidad, de humanitarismo vibrante, de corazón abierto a la compasión. Es la Campaña contra el Hambre, que organiza, desde hace 47 años, la ONG de la Iglesia «Manos Unidas». Ésta cuenta con Delegaciones diocesanas en León y Astorga, en las que prácticamente no trabajan más que voluntarios (casi sólo mujeres, lo que de alguna manera tiene su sentido, por razón de la vinculación originaria de la organización al Movimiento de Mujeres de Acción Católica). En León el lanzamiento de la Campaña fue ayer mismo, con un concierto musical en el céntrico y sugerente templo parroquial de San Martín. A lo largo de estos días habrá alguna cosa más: el miércoles, en el Salón de Actos de Ayuntamiento, a las 8 de la tarde, una conferencia-testimonio de quien es misionera en el corazón torturado de África; el jueves, una Eucaristía solidaria, también a las 8, en la parroquia de San José de las Ventas; y el viernes una obra de teatro-denuncia en el Instituto Juan del Enzina. En otro orden de cosas, el viernes será el Día del Ayuno Voluntario (la jornada tradicional del «bocata del ayuno») y el domingo, día 12, se hará la colecta en las parroquias de las diócesis. Son pequeños signos, es verdad, pero contribuirán a hacer real el lema de la campaña: «Otro mundo es posible, depende de ti». Así de clarito. Y ahora vamos con notas necrológicas. Son de rigor. En pocos días se nos han ido a la otra ribera de la vida varios sacerdotes. De Astorga se fueron D. Elías Míguelez Romero, con 88 años, humilde y eficaz pescador de hombres y párroco emérito de Palacios de la Valduerna; y D. Jacinto Fernández Cueto, de 69 años, profesor, pastor celoso, promotor de vocaciones y publicista. De León los llamados al regazo del Padre fueron D. Albino Fernández y Fernández, natural de Horcadas, de 77 años de edad, capellán castrense jubilado y autor de valiosos poemas; y D. Bernardo González Ruano, párroco de Santo Toribio de Mogrovejo de León, que con 71 años y de forma inesperada se fue de esta orilla al caer la tarde del día 27, a dejarse mimar por el amanecer del cielo. En su funeral, a quien puso escenario la copiosa nevada, servidor tuvo en su palabra la encomienda de trazar algunos perfiles de su personalidad. Quisieron ser un tributo a la verdad. Éste es un extracto de las mismas, que, en medidas parecidas, se podrían predicar de los demás hermanos que se fueron. Fue un hombre de fe bien heredada, ilustrada en estudios más que sólidos, compartida a raudales en el mundo rural y urbano, en sus horas de formador de futuros sacerdotes, en la enseñanza de jóvenes, en el apostolado de los seglares, en la consiliaría nacional de las Mujeres de Acción Católica. Esa fe, clavada como a fuego en su médula maltrecha, le afianzó en una confianza sin límites en el buen Dios, de quien hablaba a todos con gestos paternales y palabras exigentes. Así, anclado en la providencia divina, pudo ser y fue un hombre diligente, esforzado, a quien no bastaban las horas del reloj. Seguramente aquí estuvo su mayor pecado: tuvo tiempo para todos y nunca lo sujetó para sí mismo. Fue un hombre de Iglesia, y ocasiones y tentaciones tuvo para apuntarse al disenso desabrido. Siempre pudo más su conciencia de hombre de comunión y para la comunión, injertada en la fidelidad a Quien le había amado primero. Fue, en fin un hombre de esperanza. Creía firmemente que había argumentos y mimbres para mirar hacia el futuro con una sonrisa. Fue una copia vibrante del Buen Pastor, que se entregó a hacer rebaño. Por eso pudo dejar escrito: «En la parroquia están mi casa, mi gente, mi sitio de hacer y de convivir. Seamos cada uno de nosotros una piedra viva en el quehacer del edificio de nuestra comunidad parroquial». También así de clarito. Pasen todos al descanso buscado y ansiado del Padre.

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