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Publicado por
FRANCISCO SOSA WAGNER
León

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NADIE CONOCÍA ESTA realidad nacional pero para descubrir identidades no hay más que hurgar un poco y tener un alto sentido de la individualidad intransferible. Esto es lo que ha hecho, en la región italiana de Liguria, el príncipe de Seborga, su Alteza Serenísima Jorge I, de civil y subido en el tractor y arando, Eustaquio o Giorgio, qué más da. Aficionado a la Historia y descubridor de manuscritos, papeles y documentos de quebrada color ha demostrado la independencia como nación del principado de Seborga desde Carlomagno para acá, siglo arriba, siglo abajo. Y allí reina tan calentito, rodeado de súbditos que probablemente le miran compasivamente, pero contentos porque son diferentes a los italianos. Aunque la vecina Italia, que fue un reino unificado y hoy es una república, desde los tiempos de Garibaldi, los Saboya y el papa Pío IX (al que yo dediqué una biografía), no se inmuta demasiado y toma las cosas del príncipe con indiferencia. Pero, a mi juicio, el asunto es serio porque Seborga tiene hechuras de nación, vaya que sí, al disponer de un pasado, de un presente y de un futuro que los seborganos quieren compartir juntos. ¿Alguien duda de que estos elementos conforman una nación? Eso es lo que leemos todos los días en periódicos sesudos e independientes de la mañana, así que cuidado con Seborga y más miramientos con su conformación de Estado. Abunda el aguafiestas que asegura que esos caracteres -tener un pasado, un presente y un futuro- los tiene cualquiera y se aducen ejemplos chuscos como la comunidad de vecinos, la urbanización con cancha de tenis donde se tiene el chalé pareado o el pueblo de Rodrigatos de la Obispalía que se halla, tan ufano y altivo él, cabe la bicentenaria Astorga. Pero no es lo mismo, queridos destructores irónicos de las sacrosantas palabras. Porque, para que exista una nación, además de todo eso -que es verdad que muchos comparten pero unos más que otros-, lo cierto es que hay que disponer de algo especial: de antecedentes que acrediten haber disfrutado en el pasado de derechos históricos concedidos por un conde de barba poblada de restos de fideos, un conde auténtico, con ataques de gota recidivantes que es lo que mejor certificaba en el pasado la condición de conde. Si no se dispone de esos derechos históricos, lo mejor es buscarlos cuanto antes. «Búsquese usted unos padres presentables antes de que termine la saison» recomienda una señora a un joven en una de las comedias de Oscar Wilde (me parece que en «El abanico de Lady ...»), pues lo mismo ocurre ahora cuando estamos edificando la España plural, transversal y unisexual, hay que buscarse unos derechos históricos de cierto linaje antes de hacer explícitas las ambiciosas identidades que nos distinguen de nuestro prójimo. Y es que argumentar la rica pluralidad no es grano de anís y para ello hay que estudiar más que para ser notario. Seborga es un paraíso: no tiene más que un bar, dos restaurantes, un estanco, una tienda de alimentación y ¡ningún banco! pero, sin embargo, dispone de moneda, sellos, matrículas de coche, Ejército, su propia Constitución -muy aseadita ella con sus disposiciones transitorias y contradictorias-, su Parlamento, susministros con barriga ... ¿Alguien da más? No tener una caja de ahorros cerca que nos puede atar con una hipoteca y disponer sin embargo de un príncipe es el colmo de la felicidad identitaria. Tendrán que andarse con cuidado los seborganos porque un lugar tan privilegiado habrá de contar con enemigos envidiosos (iguales a los que disputaban a don Quijote las glorias de la caballería andante) pero habrá razones sobradas para que sean discriminados o exterminados pues serían los incircuncisos contra los circuncisos, los griegos contra los bárbaros. Lo tenemos fácil los españoles: este es el ejemplo a seguir en nuestro país, que debe ser Seborga de Seborgas. Constituir muchas Seborgas, seguidas, unas al lado de otras, no faltarán fueros y manuscritos que exhibir. Al fin de cuentas, Seborga rima con andorga.