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HECATOMBE y espanto se conjuraron en el camino invisible que cruza el mar Rojo. Ese mar que abrió su vientre de aguas para que pasara el pueblo hebreo en huída egipcia ha engullido, miles de años después, a más de mil gentes del credo contrario, los ismailitas. El dios de esas aguas reparte suertes contrarias; ciego no está; tuerto, sí. La musulmanía peregrinante que volvía de ganarse un jubileo de La Meca fue sepultada en un tris en el mar de la maldición. Mártires de la fe. Todas las religiones los necesitan (para engordar orgullo ajeno, más que como ejemplo a seguir). Se suman estos muertos del mar a los que cada año, movidos por la creencia profunda o fanática y por las estampidas, mueren en la misma cuna del profeta, en la gran romería a la piedra sagrada. A morir. Y a la ida o a la vuelta, alguno de los miles de vehículos, aviones o barcos que transportan a la marabunta juegan a la lotería de lo probable, tuercen su destino y enfilan al infierno. Más mártires. A morir. A muerto tocan las campanas del viento. Y directamente al cielo, pues vuelven de comulgar en la mismísima cuna de la fe, perdón, la Fe, porque como no se mayusculen bien ciertas palabras, esta gente de fundamento coránico se rebota ya sabes cómo, te echan un reojo de gavilucho en presa, se revuelven y te recetan una muerte de fatwa divina porque te has reído, porque les has insultado, porque tienes ojos que desnudan o porque has caricaturizado al profeta con garabato. Velahí; mira la que se está armando, de armar, de cargar la espingarda, de afilar cimitarras. Unos dibujos de chiste están incendiando el aire de la musulmanía universal; arden las cabezas que rezan pidiendo al altísimo (uy, Altísimo) una lluvia de azufre y aniquilación o, en su defecto y mientras tanto, un bombazo atómico servido por Irán y puesto directamente en el culo del Occidente infiel y blasfemo. Lo de sentirse gravemente ofendido sin ajustarse al tamaño de la ofensa es instinto, truco viejo. Ejemplo: patio de colegio, tensión en el corrillo, dicuten, va uno y dice hijoputa, y el otro replica ¿has llamado puta a mi madre?, no jodas, tú, que sólo es una expresión, me has llamado hijo de puta, que sí, que lo he oído, yo te mato, cabrón, te mato... Y a morir. Otra vez a muerto suena el campanazo. Qué rutina, qué aburrimiento. ¿Creceremos alguna vez?...

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