Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La lucha por el garbanzo

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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SEGURAMENTE NO HACE falta que me lo repitan: La principal preocupación de las Españas 2006, salvo variación constitucional, es el garbanzo, es aplanta feliz, convertida por la gracia de Dios en alimento principal de la raza humana, principalmente aquella que habita, con dificultad pero gracias a su resistencia natural en España, aquella especie humana considerada como raza española, con permiso de los diferentes medios de expresión en Cataluña, Vasconia, Andalucía, Galicia, Cantabria y quizá pro añadidura en partes importantes de la castellano-leonesa, que roza, limita y se contamina por proximidad. El garbanzo es un manjar considerado humilde y resistente, que merced a la hegemonía impuesta por los profesionales de la Cocina Moderna, se está reintegrando a las cartas gastronómicas más caras del mundo. Cuando llegó el garbanzo a España, no sé si procedente de México o de algún foco creativo de la Castilla heróica y hambreada, en la España irredenta no se comía sino garbanzos, en forma de cocido madrileño, maragato o a secas. Y a la población nutrida con tan resistente artículo alimenticio se la distinguía como resultado de esta nutrición, resultaban seres bajitos, con cara de mala leche y menos luces que un sótano. Hasta tal punto el garbanzo se constituyó en gramática nacional, mediante la cual se podían distinguir clases y talentos, que cuando de alguien se quería decir que «no daba la talla», se afirmaba que un garbanzo no componía olla y si de cultura se trataba, nada menos que al mismísimo autor de los «Episodios Nacionales», se le tachaba de garbancero. En los fondos de la América descubierta e intuida por los paladines de la conquista se le asigna al hombre desmañado el título de garbancero y la generación del 98, que fue la más cabreada de la historia, culpaban a curas y frailes del talante más bien limitado y rasposo de la sociedad española de lo que consideraban los eruditos como signo de nuestra garbancidad (perdón por el término). Y así era hasta que a la España siempre irredenta le dio por adscribirse a la cocina moderna, que consiste, como todo el mundo sabe, en hacer que se come, en buena y bien ilustrada vajilla pero con bien escaso condimento. Y entonces, salvo el garbanzo, como producto digno de establecer paralelos muy dignos con cualquiera de las combinaciones esquizofrénicas que se les pudieran ocurrir a los cocineros de la Gran Corte. Precisamente se nos anuncia que en Madrid se celebra o se habrá celebrado ya una Concentración gastronómica (y cultural por tanto) de la apasionante cocina moderna. Y el garbanzo se incluye entre los productos que muy bien pudieran servir de pasmosa admiración a los gurmets más importantes del universo mundo. ¡Aleluya! ¡Albricias! ¡Alabado sea el Señor! ¡Al fin se le reconoce un mérito de tal trascendencia que anula todo el inmenso repertorio decadente a que deba lugar nuestra mantenencia tradicional, a base de garbanzos! ¡Ahora sí que ya somos europeos, o si se prefiere, ahora sí que Europa se siente más España, gastronómicamente se entiende! Hablar, pues, del Estatuto, de las opiniones castrenses o del paro civil, cuando se eleva a categoría la anécdota del garbanzo, parece una herejía!

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