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Publicado por
EDUARDO CHAMORRO
León

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NI LA administración Bush ni su oposición demócrata tienen algo convincente que decir acerca de lo que está pasando en Irak ni sobre lo que cabe prever en el corto y medio plazo. Lo que hace casi tres años fue una campaña vertiginosa y bri llante, desde un punto de vista estrictamente militar, se ha convertido en un escenario empantanado donde el compás de espera es un eufemismo para lo que más bien resulta una alerta en hemorragia. Ahmed Hashim, nacido en Estados Unidos y de origen turco-egipcio, es profesor en la Escuela de Guerra Naval de Newport y ha servido como asesor de las autoridades americanas destacadas en Irak. La Cornell University Press está a punto de poner en el mercado su informe de 240 páginas sobre lo que ha podido ver y aprender en esa zona de guerra, junto con unas pocas conclusiones de las que ninguna abandona la incertidumbre ni una estupefacción realmente sarcástica. Así, por ejemplo, de los 600-800 responsables de la política americana en Irak sobre el propio terreno durante el primer año, sólo diecisiete eran capaces de expresarse en la lengua del lugar. El resto quedaban al arbitrio de intérpretes interesados y parciales. El informe de Hashim señala la creciente imposibilidad de articular políticas de responsabilidad común a chiies, sunies y kurdos, y subraya la posibilidad de una división del país en facciones más cercanas al enfrentamiento étnico que a la redistribución pacifica de sus recursos. Esa tendencia se hace particularmente clara entre los sunnies a partir de la fragmentación de sus intereses políticos y la desconexión entre esos intereses representados en el parlamento y las diversas organizaciones insurgentes. En tales circunstancias, el objetivo más claro de la insurgencia sunni ya no es tanto las fuerzas de ocupación como los esfuerzos para crear unas fuerzas armadas y de seguridad nacionales. La insurgencia pretende todo lo contrario, es decir, un país cuarteado en microejércitos que delimitarían las zonas de influencia de otros tantos señores de la guerra, con milicias interpuestas que protegieran una red mínima de comunicaciones. Una vez definido ese panorama, controlado mediante acciones terroristas de mayor o menor puntualidad, la insurgencia se limitaría a esperar el momento de la retirada aliada. Ahí daría comienzo la auténtica guerra.

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