Diario de León

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LAS CIGÜEÑAS traen ahora a León en su pico el miedo y un canguis gripero que, por ahora, se ha quedado en nada. ¿Será una golondrina quien se encargue de sembrar el mal agüero?, esas gonlondrinitas que teníamos prohibido apedrealas de guajes porque se libran del crimen al asegurar una piadosa leyenda popular que fueron ellas las que quitaron de la frente del Jesús crucificado las espinas de la corona que allí le quedaron petadas, ya ves. O será una coturnix que le dicen codorniz; o un ganso; o... ¿quizá una polla... de agua? Claro, que si no traen críos, como se dice o se espera, podrían estas cigüeñas de charcal africano y cazurrete aceptar este griposo encargo aviar como reconversión laboral y servicio de mensajería; reconversiones más ridículas se han visto. Se palpa la camisa este país esperando la plaga y mira cada mañana desde hace días a las torres de sus iglesias esperando contemplar al pajarón tieso y la muerte anunciada. El pollo de corral, la crianza avícola ecológica, el asturiano pitu de caleya, la becada estacional de roble espeso y las perdices de voladero entran apeonando en el anatema del consumidor; quitallá, Julianín, no la jodamos. Craso error. Todos aseguran que no afectará la gripe pajarera al consumo de estas carnes, ya, pero ¿quien se atreve?... El pobre se atreverá y aplaudirá estos pánicos que rebajarán los precios, mira por dónde. Es el momento. Y jamás habrá tanta seguridad como ahora de que esa volatinería en gancho carnicero esté en mejores condiciones para consumir. Las inspecciones garantizan hoy lo que en tiempos de paz epidémica quizá no sea tan exahustivo. Así que reza el pobre para que este chollo que encuentra en los pollos se extienda a otros productos de consumo, no sé, algo así como una gripe automovilística para que baje el precio de los bugas o una epidemia polillera en ropas y modas para que una falda no cueste un insulto, en fin, epidemias en general... rezan todos por una gripe inmobiliaria, sobre todo, un reuma contagioso en los pisos, algo... Lo que no mata, engorda. Ahí está ese viejo mito gitano y su leyenda que asegura que, enterrados los cerdos con triquina, por la noche se desenterraban en caló y los recocían en caldera para que churumbeles y patriarcas se dieran aquel día la panzada soñada. ¿Y?...

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