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DICEN que ha de decirse diciéndolo en redicho con su vernácula fonética inglesa, Jarui Pódar, más menos, con la erre de Jarui tirando hacia atrás la lengua como un auténtico escocés mamao. Después, por ponerte tú vernáculo, no te entenderá nadie, de modo que puedes decirlo apeándote de esa pose openin o joum.inglis y remarcando la claridad de las vocales, Jarripóter, y te entenderá toquiste, pues es fenómeno internacional este sonido y su arrastre de masas y dineros entre fabulosas ediciones que se disuelven en el acto con sólo poner el nombre de este guaje de delirios mágicos y tópicos aventureros en el lomo del libro, Harry Potter, esto es, Jarui Pódar sonando. Joder con el Jarui, cómo vende, y no le ha sido necesario a su autora que haya en todos esos tomos de buen lomo ni siquiera un casquete o, al menos, esa chirigota que pide la materia de alquimia mágica que reboza cada una de estas páginas, esto es, se acerca el Jarui a una guaja pizpireta, pelirroxia ella, pecosilla y le espeta con inocente determinación: «¿hacemos magia?» y ella le replica «¿y eso exactamente en qué consiste?», pues nada, muy sencillo, voy yo, te echo unos polvos y... ¡desaparezco!... A los escritores de talla reconocida, a los de menos talla o ninguna y a los de mérito literario muy académicamente pagado -no contemos a los tontos de caña y tuertos de pluma- les entra directamente por el culo esta alegría editorial, este amazonas de millones y millones de libros cúbicos editados en todo el mundo; lo consideran una injusticia y una paradoja, pues literariamente dicen que no hay ni hondura ni grandeza escritora en las aventuras de este personaje inventado y fabulado por una mari que pasó de delantal y que ya tiene en el furaco de la tranca del portón o tras la viga más morterada de libras que las mismísimas reina-madre y reina-hija del menguado imperio británico. La gloria literaria no es lo que escuece entre escritores; como en toda profesión, lo que importa y ofende es la pasta y ese salario intangible, el voluble y codiciado bulto de halagos que sólo muy pocos cosechan. Y al fondo está el tonto que no deja a su hijo leer al Pódar porque dice que es sólo perversión consumista. Excelente prohibición: al placer de la lectura ese chaval añadirá otro gozo: la clandestinidad y la sublevación muda.

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