CRÉMER CONTRA CRÉMER
Los amigos de Rusia
ERAN AQUELLOS TIEMPOS de auténtica democracia: Los unos amaban y respetaban a los otros, pero sin riesgos, sin prejuicios, sin condenaciones previas. Se establecían relaciones entre las gentes más diversas, sin necesidad de declarar por anticipado que se pertenecía al Partido Comunista, al Partido Socialista Obrero Español o al Partido Conservador. Cada uno tenía su partido y su personal manera de matar su gusanillo político. Y cuando, por alguna razón no siempre fácilmente explicable, el interfecto tenía alguna dificultad para instalarse en las cómodas listas de los partidos más o menos turnantes, se hacía amigo de cualquiera de los grupos oficiales con diputado en casa, si pudiera ser. Pese a este maremágnum político, con una España que entre todas las de Europa, se distinguía por el número de agrupaciones y de tendencias o sectas para formalizar su condición de animal político, en España había ese cupo de paz bien entendida, que no era ni mucho menos la paz de los sepulcros, sino precisamente todo lo contrario: la paz de los valientes, de los arriesgados, de los limpios y puros de corazón, fueran éstos considerados de izquierdas, derechas, del centro agrario. Entre los grupos que sin ser, eran, o sea de los que Santa Teresa acuñaría bajo el signo de «vivir sin vivir en mí», estaban «los amigos de la URS», o de Rusia, que era una especie de vestíbulo en el cual se reunían aquellos que por no escandalizar a la esposa beatísima, querían sin embargo formar parte de la grey política, que hacía las Españas. Porque lo que parecía por supuesto menos democrático, político, social o religioso era no ser de nada, no estar en ningún lado, no figurar en ninguna de las alucinadas fichas que rellenaban las comisarías sin el menor comprobante científico. Porque -se decía, lo malo, lo perverso y lo antinatural no es ser amigo de la URS o militante del partido conservador agrario, sino en no querer ser nada, no intentar ser algo, no aceptar la condición solidaria del ser humano en un trance difícil de su historia. Francisco Pérez, inventor de «Genarín» el herético borrachín de la Semana Santa Leonesa, por vocación y sin duda también por servicio popular, se hizo de los Amigos de la URS. ¿Y cómo iba a sospechar que por aquel gesto puramente cívico, sin otra ambición que vestir al desnudo y dar de comer al hambriento podría llegar un día en que precisamente por su condición de Amigo de la Santa Rusia, le buscara la policía? Pues llegó. Y Pérez Herrero, como miles de leoneses inscritos o no en las listas del Archivo de Simancas, dio con su cuerpo en tierra de infieles. Y en San Marcos, que fuera sanatorio de almas en pena, permaneció hasta que el santo hizo el milagro y le dejó libre y en gracia. ¿Qué diría ahora Paco, el Poeta Loco, viendo al presidente de la Santa Rusia, que fuera por aquellos entonces Director de todas las checas universales, teñidas de rojo, alternando con el Rey de España y siendo huésped de honor de un país que fuera víctima de sus encantamientos? ¡Y es que el mundo da tantas vueltas! ¿Quién de entre los acompañantes de Putin recuerda la existencia de un amigo de la Urss o de Rusia, que padeció persecución por proclamar su amor a Rusia?