EL PULSO Y LA CRUZ
Da gloria verlo
No pierdan la perspectiva, se lo ruego. Porque una cosa pueden ser los líos tangencialmente eclesiásticos y otra los asuntos de la vida cristiana. La experiencia enseña que su aquí puede haber coincidencias, pero no identificaciones. Lo digo porque, al menos en León, andamos a vueltas con los primeros pasos para la restauración de las vidrieras de la Catedral, la selección por el Cabildo de la empresa que la ha de acometer, el pecado gravísimo de «excluir» a García Zurdo y María Ángeles Robles de la licitación, los manifiestos de intelectuales sobre el particular, el silencio de algunos interesados, las informaciones mediáticas también «interesadas» y un largo y prolijo etcétera del que no se ve la pancarta de meta en lontananza. Pues nada, sigan con el ruido. Conste que servidor no quiere quitar importancia al asunto, pero advierte de que por ahí no deben ir nuestros pulsos en estos días. ¿Saben por qué? Porque hemos entrado en la Cuaresma y nos va en juego mucho más que unos miles de metros cuadrados de vitrales. Nada más y nada menos que la salud del alma, que es tanto como hablar de la paz interior. Para esta vida y para la otra, que son una misma cosa, cruzada por el puente que une las dos orillas, por lo que los clásicos preferían hablar de «tránsito» más que de «muerte». El miércoles fue el día de recibir el signo de la Ceniza. Un rito con una tradición de siglos a sus espaldas. Y el día que cuenta con mayor asistencia a nuestras iglesias. O que contaba, porque uno tiene la impresión de que las cosas están cambiando con mucha velocidad. De hecho, la percepción de este observador apunta a que este cambio de agujas en el año litúrgico ha pasado desapercibido para una gran mayoría de la población que se encuentra por debajo de los cincuenta años de edad. Ni siquiera los Carnavales y el Entierro de la Sardina (¿merecerán las mayúsculas?) sugieren el paso a otra atmósfera espiritual, de ascenso hacia la Gloria Resucitadora. Por cierto, conste que no me sentó nada bien oír sonar las notas tan entrañables de «La muerte no es el final» en la bufa procesión sardinera que, en la capital, transitaba frente al ábside catedralicio. A lo que iba: que hemos entrado en la Cuaresma, que hay que dejar en la cuneta las malas mañas (que eso es la conversión), que conviene equiparse de confianza en Dios, austeridad de vida y ejercicio de la fraternidad, y que hay que ponerse en camino hacia la alegría de la Pascua. Aquí sí nos jugamos mucho. Pero, claro, estamos en una etapa en que las cuestiones metafísicas, e inclusive las éticas, no dan juego en las ferias callejeras. Todo son preocupaciones estéticas. Todo de marca. Que luzca. O que aparente lucir. Como es el caso de las vidrieras. Y de las empresas que por ellas pugnan. Y de los firmantes acongojados por la salud de los vidrios. Tendrá que ser así. Otras cosas. En León, a partir del lunes, a las 8 de la tarde y en los PP. Agustinos, comienzan las Charlas Cuaresmales, este año dedicadas a la unidad fraterna en la Iglesia y para el mundo. Tienen solera (cumplen 25 años). Y pueden tener más si hacemos un esfuerzo por aprovecharlas. Unos años menos, veinte, cumple el diario «El Mundo-La Crónica de León». Es la competencia, pero sobre todo es una criatura muy querida: sepan que servidor presidió allá por 1986 la bendición de las instalaciones de aquella «Crónica» del Paseo de la Facultad. Más años, cuatrocientos, tienen las Clarisas de León. Se lo decíamos en la entrega pasada, pero ahora vuelven aquí porque han puesto en la calle un folleto artesano con doce fascículos conmemorativos que son una delicia. Felicitaciones a los Hermanos de San Juan de Dios, que andan de fiesta en su Hospital. Y a las gentes que visiten el mozárabe Santo Tomás de las Ollas, en las afueras de Ponferrada, que podrán verlo en casi todo su esplendor después de la restauración. Y lo mismo los que se acerquen a la iglesia del convento astorgano de Franciscanas de Sancti Spiritus, que lucen cuatro retablos que da gloria verlos