Diario de León

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HUBO que poner parapeto a la lágrima para no sentir el doble la marcha de Rafael, el abuelo de la sindical andante y languidecente, alguien de quien rompieron el molde tras nacer, pues no se ha visto otro par que le sombree. Gran paisano. Diría yo que enorme, pues en su traza vital no hubo baldón que le tildara la grandeza de corazón y de sentido de clase, su cabeza, su condición humana de hombre en trabajo, en conocimiento y con los suyos, sin despegarse de los sueños. Asistí al alegrón que muchos se llevaron cuando en el 83 llegó el primer triunfo socialista confirmanado que la España sin Franco, efectivamente, ya estaba caminando de hoz y coz en su ensayo democrático (aunque en él seguimos, Rafael, pese a discursos, pues de un país hijo de esclavos del dictado y tan sólo en una generación nunca puede nacer una nación libre; así que por aquí siguen agazapándose las dictaduras, ahora democráticas, ya ves, y lavaditas de sospecha; aquí el privilegio, el cohecho, la trampa y todo aquello que aborreciste), así que la dicha que siempre mejor recordaré de aquella jornada fue la que se instaló en el gesto de Rafael Pérez Fontano porque le era debida, era la confirmación de la reconquista de un tiempo echado a perder por los correajes, un retraso en el alma y en las conciencias. Eras, Rafael, un superviviente de la necedad y del acomodo al fascismo virtual en el que viste a tantos compañeros. Y de tu sueño apuntaron brotes. Recuperar el tiempo perdido nutrió tu vitalidad, esa inasequible esperanza que contagiabas porque nacía de un profunda fe en lo que mamaste y sufriste. Lealtad de pensamiento y compromiso con tu gente fueron brújula de tus pasos. La joven emergencia de tu partido acabó orillando tu experiencia; y tu castillo ideológico, que era fortaleza armada en lecturas y asambleas, lo arrimaron a las cunetas de la jubilación, del club de pensionistas y de la nostalgia que desertiza la tristeza. Pero en tu entierro le echaron retórica a la lagrimina, ya ves, y anchos despidieron el duelo. Así somos la gente. Nos quedan de tí la decencia moral, ante todo, las ganas incontenibles por saber más, por educar a la clase trabajadora, por hacerles dueños de sus ideas, por preservar a tu sindicato de desclasados y atropadores... Miles de artículos son tu legado. Que los lean.

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