CORNADA DE LOBO
Por cuenta ajena
QUIEN quiera que instituyó el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, sospechosamente olvidó precisar el término para evitar confusiones: trabajadora... por cuenta ajena. Quede, pues, constancia de esta mentecatez sindical y masculina, porque celebrando a la «mujer trabajadora» puede estar ignorándose, si no insultando, al inmenso gentío femenino que se desuella en faenas en todo momento del día y cuyo sueño, precisamente, sería que la sindicaran y limitaran su ajetreo a la cómoda jornada de ocho horas que les proporcionaría el privilegio de liberarse de tanto trabajo de fregancias, cocinas y crianzas que las trae arrastradas, nunca agradecidas y jamás pagadas. Viene la mujer a este mundo atada a un caldero que, a veces y en según qué sitios, es más importante que ella. En el reparto de tareas que establecen los roles sociales tradicionales, el hombre se reservó las faenas gratas y extraordinarias como escaparse de caza o de guerra y a la mujer le encalomaron las ingratas y los pasos herrados para que la rutina de la mula no las desgaste el andar... y no resbalen. Puede el hombre anunciar tras desayunarse su cazuelo o su tazón «Ascensión, que digo yo que me voy a echar un vistazo a los panes de las centenales altas por ver si están de ararse» y al espabilado de las pelotas de plomo le dura la vueltina toda la mañana justo hasta volver a la hora de comer... y a mesa puesta... y con no poco miedo la buena paisana a que reburdie el paisano cuando vuelque en el plato la primera cacetada y se descubra el qué comemos hoy, pues ya se sabe que aquí hay varones que una decepción en el guiso la replican a guadañazos. Ahora quieren a toda costa poner de moda en los fastos y paripés de esta jornada-hembra el mandar flores viudas o en ramo a la mujer curranta (por cuenta ajena), porque a la que curra en casa y no se constituye en comité sindical la regalarían, en el mejor de los casos y si se diera esta perplejidad, un tiesto para que, además, tenga que regar cuando acabe de hacer las camas, pues «mujer ociosa -dicen ellos- malos pensamientos cría»... Que le digan a una mujer de pueblo lo de «trabajadora»; o a la mujer astur, que araba ella y, si le venía el parto en la faena, detenía labor, paría a un lado, dejaba arropada a la criatura... y volvía al yugo.