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Y HOY, mismamente hoy, es el día internacional, nacional y aldeano de la Mujer Vaga, pues aquí comienza el año seguido con que celebra su cosa y su privilegio ese notable cupo de señoras, tipas y señoritas que no dan varazo al agua en todo el santo día. «Toda mujer es trabajadora», se dice ahora corrigiendo y politiqueando el carácter estrictamente sindical con que nació esta efemérides. Se hace para que la fiesta de ayer no se quede sólo en asalariadas y agraviadas porque el mundo laboral aún sigue penalizando el ser mujer de una forma tan insultante, que aplaza sine die cualquier esperanza. «Toda mujer trabaja», insisten, pues si no es en una fábrica, de abogada o adosada a un cajero de súper, sí lo hacen en casa con interminables tareas domésticas, cuidando crianzas y viejos, velando... ¿Todas?... menos lobos, o sea, menos lobas. Ahora ya somos ricos; es decir, podemos pagar para que nos lo hagan. Si dijeran que «todas las mujeres... dominicanas o ecuatorianas que ves por aquí cerca son trabajadoras», no sólo me creería lo de todas, sino que añadiría «y como mulas», que a ello están y se obligan por encima de cualquier reparo porque con esos jornales están empezando a pagar y a dibujar los sueños de los suyos, allá en esas tierras de ultramar donde la pobreza mezquina hace amiseriarse los corazones y corrompe a las gentes. Sin embargo, hay mujeres que no trabajan en regla, cada vez más; las hay que mayormente no hacen nada de nada; y existen, en fin, las vagas de solemnidad y las tiradonas de alma que se casaron con un sofá, con un frasco de esmalte y con un revistón de trapos o un libro de autoayuda para cuando la tele las satura y les hincha los ojos. Mientras los paisanos sigan experimentando escalofríos o menguas de personalidad cuando divisan en lontananza una fregadera o una aspiradora, liberar a la mujer de estas tareas y penalidades para que pueda trabajar fuera de casa o realizarse significará tener que pagar a otra mujer para que lo haga, de modo que cada liberación de una parte de la condición femenina se convierte en condena y sometimiento para la otra parte, la pobre, que para eso sigue habiendo clases. Esas mujeres aceptan, incluso dichosas por el jornal, esa servidumbre. Por ello, la dignidad femenina es cuestión de dinero. Y de que sude otra.