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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LO SIENTO, SEÑOR presidente, lo siento tanto y más, señor alcalde, lo siento señores concejales y concejalas, señalados por el dedo fatídico de la marginación, del cese, de la jubilación forzosa, por todo lo cual se verán desplazados y condenados al ostracismo, no se sabe por cuanto tiempo, dado que se anuncia la próxima renovación de la composición municipal. Unos serán los llamados y otros los elegidos. Entre los llamados, sean cual fuere la ruta política que tome Don Mario Amilivia o quien ocupe el estrado superior de la Casa de San Marcelo o Plaza de las Palomas, se subrayan nombres tan significativos como los de la concejala señora Guada, especialista en gitanos y el señor también concejal, señor Saurina, a los cuales el brazo largo del señor Regidor actual libró de ser incluidos en la terna del cambio que se anuncia. Son estos dos señores ediles, los supervivientes de una acción selectiva realmente significativa. Sobre todo porque obliga a que el vecino contribuyente se de cuenta clara de quien son los que realmente nos gobiernan y enjuagan y los verdaderamente responsables de muchas de las desviaciones de la hoja de Ruta Municipal. Estos dos son o pueden ser los responsables verdaderos y únicos de casos como el de la concesión de un lugar en el callejero leonés de un patriarca de la gitanería, a lo que sin duda tendrá derecho, pero que no parece encajar en una lista en la que aparecen Santos, Héroes, escribidores y señores que hasta fueron alcaldes. Y nada tenemos que oponer a esta demostración de espíritu democrático del actual grupo municipal, sino porque esta circunstancia nos da ocasión para poner en duda la capacidad, el talento, el conocimiento y el buen servicio de quienes orientan sus nombramientos hacia veredas no transitables por el común de vecinos. Como tampoco entiendo como puede procederse a una cierta forma de selección, sin contar con el personal elector, en forma de referéndum o de una manera menos expeditiva y «soberanista» que no obligue al cabo de cierto tiempo a cambiar de colaboradores. Un municipio es o debe ser, cuando menos un núcleo homogéneo de conciudadanos decididos a mantener el prestigio de la ciudad y a los cuales se les estima y se les paga por la obra bien hecha, no por inventar tasas y contribuciones para cubrir los múltiples expedientes económicos que pueden llevar al Ayuntamiento -este, ese o aquel- a tener más deudas que la Alemania, después de la guerra del catorce. El público osease el elector, que es en puridad quien debiera tener la palabra decisiva no sabe nada, no se entera de nada y tiene que fiarse de lo que digan o digamos los escribidores de prensa o los hablistas ante la alcachofa de la radio o de la televisión. Y cuando se anuncia una renovación como la que tenemos sobre la mesa, el pueblo lo toma un poco a título de inventario y se entretiene adivinando a quién le corresponderá esta vez el nombramiento, el cargo. En esas, tan arriesgadas, estamos. Que Dios nos coja confesados para que al final seamos librados también de culpas.