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OCULTAR, mentir o esconder sirven para dar vuelo a conjeturas, patrañas viles o a leyendas bobas. Los restos humanos de los sarcófagos y sepultamientos del panteón real de la basílica de San Isidoro han sido oficialmente investigados para averiguarles la cuna y la sustancia; pero, pasado un pilón de tiempo, nadie quiere explicar coram pópuli qué coños, ciruelos o diantres escondían esos huesos, o sea, güesos. ¿Qué revelan, de quién son?... Mutismo oficial es igual a especulación oficiosa: quien quiera pensar que lo descubierto por los laboratorios e investigadores delata que esos huesos son de perro o de cebú y que con ellos se retacaron unas tumbas previamente profanadas, está en su cabal derecho (profanaciones de las que se culpa a la francesada que convirtió ese panteón en establo de caballerías durante la guerra de Independencia, aunque a buen seguro que no mucho después del sepelio medieval de todos estos reyes e infantes alguien pudo también correr losas y abrir féretros para rebuscar pedrerías, oros y todo ese fasto recamado con que se enterraban los monarcas). Esta probabilidad enciende otras especulaciones: resultó que esos güesos que llevan tres años analizados y remirados no eran de reyes, qué chasco, sino de criados o gente de gleba, porque algunos monarcas, no pocos, que por crueles, modorros o corrompidos se ganaron la tirria y el desafecto de sus súbditos cazurros, fueron una noche desenterrados y, finalmente, arrojados al Bernesga con buena ley y alivio de pueblo llano; y con huesos anónimos se retacó el vacío. Eso fue. Más conjeturas: no nos dicen qué han descubierto en ese osario y batiburro porque se averiguó -en contra de lo que han sostenido las versiones oficiales- que algunos reyes la diñaron de enfermedad nefanda, de una puñalada palaciega que la historia nos ocultó, envenados a mano sicaria por un conde burgalés o suicidados por mano propia (lo que aparejaba no ser enterrado en sagrado jamás, aunque alguno se tenga por santo, como la reina incorrupta, que vete tú a saber si era ella de verdad o una lechera de Villaobispo de las Regueras... No debería revelarse, pues, el estudio de estos huesos. Aliméntese la fábula. Necesitamos mitos tras haber matado el del topo de la catedral. Invéntese leyendas disparatadas en este panteón y vendrán regueradas.

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