Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El día del progenitor San José

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VICTORIANO CRÉMER
León

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HOY LAS CIENCIAS adelantan que es una barbaridad. Pues al mismo ritmo los usos y costumbres del ser humano y sus sociedades modifican sus estructuras, corrigen sus nombres, de acuerdo con la moda y se enmiendan aquellas nominaciones que fueron en tiempos pasados, que no si eran mejores, y el buen pueblo, la pacífica grey ciudadana con muy escasas ganas ya, a estas alturas, de entablar debates vanos, que para dislogos para sordos los que se entablan a cuenta de supuestas denominaciones de malos orígenes. Como ocurre con la denominación tutelar, padre. ¿Qué vientos perversos están soplando para que la gigantesca figura del padre haya pasado a ser motivo de cambio, de rechifla, o de coña maragata? Durante siglos y siglos, con guerras de religión y guerras de dominio, con invasiones y purgas criminales, el hombre alterado, perseguido y fugitivo de sus propias aprensiones en el momento culminante de sus angustias, levantaba el corazón a Dios y clamaba: «Padre, padre, ¿por qué me ha abandonado?». Y el eco repetía «Padre, padre, padre». Convencido el universo de que padre no hay más que uno. Y cuando el desvalido ser humano se encontraba más sumido en sus propias confusiones, vienen unos señores, unas señoras o unos seres que no son ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario, y se empeñan en desterrar como impropio, como inadecuado y como pasado de rosca, la denominación clásica. «Nada de padre, ni de madre». Seamos progresistas. Atenerse estrictamente a estos nombres santos, santos, santos, de padre y de madre, parece signo de obturación mental, de comodidad sensorial y de ausencia de ese mínimo de imaginación que todo ser humano debe poseer para poder ofrecerse como artículo de posible franquicia para una sociedad con aspiraciones de moderna, progresista y socialmente tolerable. «Llamaremos al padre, progenitor, y a la madre progenitora». Y seguro que nos entenderemos todos y la jerga común no utilizará el nombre de padre y de madre en vano. Dirá sencillamente progenitor y enseñará a sus hijos a pronunciar este nombre incluso cuando entre el berrero del biberón solicite el cuidado no de la madre para sentirse atendido y amado. Habrá que acostumbrarse para aceptar el cambio que a muchos les parecerá ridículo, pero que es el signo de la peculiaridad de nuestro tiempo y de nuestra sociedad. Y la canción tomará rumbos distintos para ver el modo de encajar una denominación tan rara en lugar de la tradicional «Madre mía del alma querida». ¿Cómo se puede encajar en nuestras oraciones, en nuestras demandas una expresión tan poco musical como progenitor? ¿No resultará todo una forma burlesca de entender el día del padre, con su retahíla de connotaciones comerciales? El caso es que, en serio, muy discretos varones de lo que amasan vocablo y términos definitivos para pasmo de la turba ignorante, han puesto en circulación el término y el debate. Y mucho nos tememos los españoles de ley que todo el guirigay termine un poco o un mucho como el rosario de aurora: a cristazo limpio. ¡Madre, madre, madre! ¡Como si no tuviéramos bastante con el Estatuto de Cataluña!

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