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DE TODOS los asuntos que deberían ocupar y preocupar a este planeta, la sed será el más gordo y prioritario porque con ella, según los expertos, se escribe el prólogo de las próximas guerras bestiales. El agua escasea o se enmierda. Llegará el día, que ya es hoy, en el que no habrá de beber para todos. Verán nuestros hijos (no hay que esperar a los nietos) cómo se abandonan por fuerza ardiente zonas enteras de cultivo, pueblos que se disecan, desiertos que vienen de visita y se nos quedan para siempre y el siroco o un simún que arden sobre nuestras cabezas. El fuego se sentará a la mesa y las naciones más pobres cocinarán cenizas, porque si el quinto jinete del Apocalipsis nos llegará montado en un virus, el sexto lo hará sobre un caballo gigantesco hecho de nubes de arena para cubrir con dunas cualquier esperanza húmeda. El Méjico se reune el Foro Mundial del Agua que está dejando a muchos con la boca seca de tanto clamar en sus desiertos. Los ricos tendrán su reserva en aljibes, pero al pobre le romperán hasta el botijo o esa garrafa por la que pujan quince kilómetros cada día las mujeres somalíes hasta el grifo más cercano. Mientras tanto, nadie impedirá que un emirato árabe podrido de petrodólares se vaya al Polo a cautivar icebergs y los remolque hasta su casa por no quedarse sin cubitos para el wisky. No muy lejos, en el cuerno africano del Sudán, tendrán que mear las gallinas para poder echarse un trago. Verán los sudaneses que a la vuelta de la esquina, ahí donde se posa el horizonte, empresas pispas de ganancia galopante montarán plantas embotelladoras para sacar de la entraña de los glaciares hielo de pureza jurásica, agua fosilizada hace miles de años, pues hoy ya no existe prístino manantial alpino sobre el que no llore y descargue su mierda un aire bien preñado de gases, polvo de pestes y miasmas. El agua yacida y los bolsones fósiles que duermen a centenares de metros bajo nuestros pies también serán expoliados, objetivo de codicias. Agua que no se ve, el corazón no la siente... y la sinrazón la roba. Un ejército de perforadoras está a sus órdenes. Los demás conjuraremos la desgracia con la horqueta inútil de un zahorí. Y al final, quien no muera de sed la diñará de un azadonazo en la crisma por un quítame allá esa acequia.

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