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Publicado por
IGNACIO RAMONET
León

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HAY EN Francia como un aire de Mayo del 68. De nuevo universidades en huelga, estudiantes protestando, barricadas en el Barrio Latino, enfrentamientos con los guardias de asalto... Pero las apariencias terminan ahí. Aunque las imágenes sean semejantes, y muchos estudiantes retomen algunos de los lemas míticos de aquel mayo legendario -«Bajo el adoquín, la playa»-, la historia no se está repitiendo. Con un crecimiento económico avasallador, Francia era, hace casi 40 años, una sociedad próspera, con tanta oferta de empleo que debía importar a millones de trabajadores extranjeros. Los que se sublevaron entonces no lo hicieron por temor a no hallar trabajo, sino para protestar contra una sociedad muy conservadora en materia de costumbres y cada vez más consumista, que podía castrar los ideales de libertad de toda una generación. La Francia de hoy tiene muy poco crecimiento y una alta tasa de desempleo entre los jóvenes. Para tratar de resolver este problema, bajo una óptica neoliberal, el primer ministro Dominique de Villepin propuso el contrato de primer empleo (CPE). Al parecer, la intención del primer ministro era vencer los argumentos de tipo racista que existen en las mentes de muchos empresarios y que les impiden dar una oportunidad de trabajar a jóvenes franceses de origen magrebí o africano bajo el pretexto que la legislación laboral no permite despedir con facilidad a un asalariado. Al suprimir todo riesgo para el empleador, el contrato CPE debía favorecer la puesta a prueba de los hijos de inmigrantes y demostrar que podían ser tan serios, eficaces y profesionales como el que más. Buena sin duda la intención. Pero, ya se sabe, de buenas intenciones está empedrado el infierno. Y resultó que lo que parecía bueno para los marginados de las periferias, se revelaba catastrófico para todos los jóvenes del país. Éstos -y en primer lugar los estudiantes- entendieron de inmediato que, bajo el pretexto de querer insertar a unos pocos, el contrato CPE iba a precarizarlos a todos de la noche a la mañana. Muchos comentaristas han presentado la triste situación de los jóvenes españoles en trabajo precario y mal pagado como el revulsivo absoluto que la juventud francesa debe rechazar. «No queremos ser como tantos jóvenes españoles, no queremos ser una generación basura».

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