LITURGIA DOMINICAL
La noche y el día
«QUE de noche lo mataron al caballero, la gala de Medina, la flor de Olmedo». La copla popular resume la tragedia que Lope de Vega dedicó a un crimen pasional. La noche es allí el riesgo y el peligro. También en nuestro tiempo las noticias nos recuerdan que la oscuridad es el reino de los que tratan de ocultarse de la justicia. Ladrones, asesinos o jóvenes adictos al alcohol han convertido la noche en su tiempo favorito. Es sabido que para prevenir los robos, son muchos los que dejan encendidas las luces de la casa. Para evitar los delitos basta con frecuencia con iluminar los lugares más peligrosos. Por eso las farolas son las primeras víctimas de los malhechores. Ya el salmo bíblico aludía a «los malvados que tensan su arco y ajustan a la cuerda su saeta para disparar en la sombra contra los buenos» (Sal 11,2). Y el profeta Isaías pronunciaba un «ay» contra los que ejecutan sus obras en las tinieblas y se ufanan de su impunidad diciendo: «¿Quién nos ve, quien nos conoce?». Luz y tinieblas Estas observaciones habituales se ven confirmadas por una frase que el evangelio de hoy coloca en la boca de Jesús. Parece, en efecto, un refrán popular, que debía de ser conocido en el ambiente: «Todo el que obra perversamente detesta la luz» (Jn 3,20). Sin embargo, el texto le confiere un sentido más hondo. Ya en el prólogo del evangelio de Juan se decía que «la Palabra era la luz verdadera». Venía al mundo a iluminar los caminos de la humanidad. Pero «vino a su casa y los suyos no la recibieron» (Jn 1,11). Ahora, en el diálogo que mantiene con Nicodemo, Jesús contrapone dos grupos de personas. Hay quien no se acerca a la luz para no ser acusado por sus obras. En cambio, «el que realiza la verdad se acerca a la luz para que se vea que sus obras están hechas según Dios». Ya no se trata de una observación psicológica. Bien se entiende que Jesús es la luz del mundo. Y que acercarse a él o alejarse de Él es el indicio más claro de la rectitud humana. Quien le vuelve la espalda, se resigna a vivir en las tinieblas. Vida y salvación De todas formas, el evangelio de hoy gira en torno a una frase precedente: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». Buen momento es este tiempo cuaresmal para meditar en los tres protagonistas de ese anuncio. ¿ Dios. Nunca se había dicho que los dioses paganos amaran a los seres humanos. Ahora se anuncia que el Dios de Jesucristo se caracteriza precisamente por su amor al mundo que Él ha creado. ¿ Su Hijo. Jesús es el mayor de los profetas. El último y definitivo de los profetas. Es el Maestro y el Señor. Pero es, sobre todo, el Hijo de Dios y el reflejo de su misma bondad. ¿ El mundo. Los seres humanos que habitan el mundo creado por Dios han sido destinados no al juicio condenatorio, sino a la salvación. Creer en el Hijo y aceptar su luz: he ahí el camino de la salvación. El Hijo fue enviado «para que el mundo se salve por él». - Señor Jesús, Hijo del Padre y Luz del mundo, tú nos has liberado de las tinieblas. Que nuestra fe nos lleve a encontrar en ti la vida y la salvación. Amén.