CRÉMER CONTRA CRÉMER
Nada menos que un libro
NO LO SÉ TODAVÍA. Pero a lo peor se trata de una malformación. De modo que cuando me llega un libro, me siento tentado y obligado a cambiar el tono del discurso y la manera de contemplar el mundo. Puedo entender que existan seres humanos, perfectamente dotados, inteligentes y generosos para los cuales, por ejemplo, el ejercicio económico de montar una OPA, (que por cierto no sé lo que esto representa y supone para la configuración ética del mundo) como instrumentación correcta para mantener en pie y con absoluta probidad una cierta forma de vida, aunque entre sus atenciones no figure ni el recuerdo de aquel libro que un día se interpuso entre su acción de hombre de su tiempo y las llamadas interiores que quizá en vano le pudieran avisar de que no tan sólo de dineros vive el hombre. Así que un libro, dados mis prejuicios y mis vocaciones, constituye el fundamento de una forma de vida inexcusable. Este libro que me alcanza y me detiene se titula Plaza de los ciegos , está escrito por un poeta muy singular: Andrés Quintanilla Buey. Y aparece editado por la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía. Datos estos de obligado registro para la persistencia propia de la lectura. El poeta ha publicado ya tantos libros que le sitúan entre los inevitables. Y no por la cantidad sino por la cualidad de sus versos. La poesía de Quintanilla fluye tan limpia, tan serena, tan vibradora, que permite al lector dejarse ganar por su ritmo, por su entrañamiento humano y sobre todo por la capacidad de su música y de su letra de contagiar al lector. Con la escritura, y más destacadamente con la poesía sucede que difícilmente se cierra en sí misma, en su perfil de creación. La poesía, como la vida, sufre y se enriquece mediante cambios generacionales que determinan no la postración del tiempo pasado y de los hombres y mujeres que le representaron, sino la vibración de las nuevas sangres que acuden en su socorro y para su engrandecimiento. Andrés Quintanilla Buey, además de buen poeta, de espléndido labrador de los mejores aires, ha sido siempre un sensible vigilante de la poesía total. Fue y sigue siendo, un patroneador de la poesía que mandan hacer los dioses y que solamente los hombres transidos consiguen: Un promotor de instrumentos, de pantallas en las cuales los poetas de su tiempo han encontrado siempre atención y acogimiento. Fundador y creador a la par como corolario de su generosa entrega, mantiene en pie y con la brillantez indispensable la Presidencia de la Academia Castellano y Leonesa de la Poesía, y al mismo tiempo, ampara con su signo personal una publicación poética emblemática. Y los versos que hace son así: «A lo mejor ni nieve todavía,/ a lo mejor ni escarcha. En los caminos ni frío ni calor. Todo a la espera/ todo sin estrenar. Necesitaba la tierra la llegada, oír el llanto,/ la risa ¿por qué no? de Dios». Lo decíamos al principio : La poesía de Andrés Quintanilla Buey es clara, transparente, dice lo que quiere decir, como al agua de los eternos manantiales.