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LA LIBERTAD es ya una mentira más, otra, una palabra fósil que sólo servirá para recamar retóricas con pedrería de bisuta. Ese tituliru móvil que llevas en el bolsillo, valga el ejemplo, es una argolla que te apercolla, un notario que levanta acta de cada una de tus descubiertas, tus horas, tus pasos y de todas las pijadas que hayas dicho al aire donde ahora quedan escritas con tinta indeleble lo que antes felizmente se llevaba el viento y no volvía. Por razones de seguridad que invocan algunos estados (pasado mañana, todos) podrán fisgarte qué has dicho, a quién, cuándo... y, si no averiguan la razón de tus llamadas, tendrás que explicarles cada por qué. Tus movimientos bancarios serán también (ya lo son) objeto de pesquisas y podrán hacerte un retrato exacto de tus servidumbres crediticias, tus penurias y calderillas, o sea, un retrato en mala postura, pues todo tu caudal se mueve en estas controladas carnicerías donde se desuella el dinero. La cosa estaría bien para saber qué morteradas mueve un prevaricador o un manguta de corbata, pero los del riñón forrado resulta que tienen su propio banco en el sótano y se la suda el retratito. Después están todo esos cientos de cámaras que se siembran por calles, establecimientos o instalaciones, cámaras y cámaras. Te fisgarán hasta el mear, pues ni en los retretes tendrás la seguridad de privacidad. Los japoneses te venden artilugios de espionaje doméstico y también sistemas para detectar los que te hayan podido poner el jefe o la parienta (si el fisgoneo o el voyeurismo ya son negocio, con el contraespionaje hacen otro tanto). Ni siquiera hacen falta ya micrófonos para saber qué estás hablando o traficando, porque si una cámara te enchufa al careto y tienes uno al lado que sepa leer los labios, no habrá rincón de estadio ni lejanía blindada que te proteja de lo que murmuras o confidencias (habla entonces hacia atrás, como escribía Leonardo da Vinci sus secretos para leerlos después frente a un espejo). Hagas lo que hagas, tus huellas van quedando grabadas donde menos imaginas. ¿Y qué técnica india de borrar rastros podrías adoptar?... Ninguna, rapaz, ninguna, salvo que reduzcas tu comunicación a billetitos de papel escritos a lápiz y ordenes al destinatario que los nada más leerlos.

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