SOSERÍAS
Plurilingües en la T-4
LO BUENO DE la España plural es la amena variedad de lenguas, de costumbres, de aficiones. Es verdad que los sábados, los domingos, los martes, los miércoles, incluso algunos jueves, todos estos días de la semana, todas las radios a las mismas horas y en cualquier punto de España están retransmitiendo el mismo partido de balompié. Pero esta uniformidad se debe a que todavía no hemos aprobado los Estatutos de Autonomía, la mayor parte de los cuales se encuentran aun en el telar de confección. Porque cuando aparezcan, relucientes ellos, en los Boletines Oficiales pertinentes, entonces la mayor diversidad florecerá y todos nos acogeremos a su enriquecedor mensaje. A partir de ese momento estelar, en una radio habrá un concierto, en la otra un debate científico, en esta un noticiario rico, en aquella un programa de humor inteligente. Así será, que nadie se impaciente, pero de momento, y mientras no se aprueben los Estatutos, hemos de conformarnos con el mismo balompié a toda hora y en todos los sitios. Donde más progresos hemos hecho en este asunto de la España plural es sin embargo en las lenguas. Las hay de rica tradición literaria y las hay más pobres, las hay habladas por varios millones de ciudadanos y las que solo están al alcance de unos miles, unas cuentan con bardos insignes, otras han de conformarse con copleros más o menos afortunados. Pero todas ellas tienen su espacio enriquecedor y múltiple. Cualquier lector sabe que hace poco las autoridades han inaugurado un formidable territorio aeroportuario en Madrid conocido como la T-4. Es un edificio imponente, ciertamente bello en su factura, una sinfonía de cristal, metales, cemento, bien armónico todo en el desafío que alberga y que tiene una fuerza un punto esotérica. No soy muy entusiasta de estas manifestaciones modernas de la creación arquitectónica, prefiero acogerme a las del románico, del gótico, a las catedrales antiguas como la de León o la de Oviedo, tan misteriosas ellas, tan altivas, tan en su papel de esfinges tristes, sudando siglos y piedades sin dar por cierto a sus esfuerzos mayor importancia. Pero, con todo, he de reconocer que la nueva terminal de Barajas es un prodigio de formas, de grácil vestidura, con sangre caliente en sus pilares y columnas. Es verdad que a veces hay que andar demasiado pero así se tiene la ocasión de admirarlo todo y de disfrutar del espacio lleno de tiendas que hilan colorines e intensos reflejos. Pues bien es en él, entre avión y avión, paseando mi mirada por entre los rótulos y reclamos, donde he experimentado más intensamente el vuelco idiomático que ha experimentado España, los frutos del esfuerzo de los últimos años por conservar y enaltecer nuestro rico patrimonio lingüístico. Allí, en ese escaparate blasonado de modernidades, es donde mi íntimo agradecimiento al esfuerzo de tantos se ha hecho patente y ha cobrado definitivo vigor. Allí, amigo/a, se ven letreros como Thinking España, Delicatessen, The express shop, Fun&basics, Médas, prêt à manger. ¿No es estupendo? ¿Quién se ha atrevido a sostener que el pueblo español es perezoso con los idiomas o que los desconoce? ¿quién nos acusa de paletos? Justo en la T-4 está el testimonio contrario: de nuestro cosmopolitismo, de nuestra apertura al mundo, de que hemos abierto las fronteras de nuestros herméticos corazones, de que hemos aventado a los agoreros del 98 que desconfiaban de nuestra capacidad para empaparnos de cultura europea... Para quien no esté ciego, todo eso es bien notorio en aquel lugar ¿Alguien quiere comer o picar algo? Tiene para elegir entre un sloopy joés o un Kentucky Fried Chicken. ¿Qué tiene más caprichos? Pues pida un «boston pizza» o entre sin más en Fosteŕs Hollywood que allí encontrará lo que su apetito demande. Eso sí: no busque para desayunar un castizo churro porque lo hemos eliminado por cateto, por rancio, por preautonómico y por agropecuario. Al infierno los churros, junto a los toros y el botijo. Porque España es plural y además conserva sus exigencias estéticas.