El paisanaje
Como cabras
DESPUÉS de treinta años de oficio me está pasando como a la cabra del tío Perico, un maño que trajeron los de Ebro a La Bañeza para montar la azucarera y que en vez de pastar las hojas de la remolacha desayunaba todos los días las del Heraldo de Aragón sin dejar una ni enterarse de nada. Se vé que tenía estómago, pero poca cabeza. En el meridiano de la legislatura de Zapatero algunos, por el contrario, empezamos a sentir cierto empacho de las noticias que traen los periódicos: hasta un par de días y de plato único el Estatut y, a partir de ahora, la tregua de ETA. No hay más menú del día. A estas alturas de tanto marear la perdiz ya nadie sabe si Cataluña es una nación, Endesa un gigante energético nacional o un enano europeo, la Caixa el monte de piedad donde está embargado el ministro Montilla o el empeño es al revés, si los cánones de belleza de la Generalitat para elegir los futuros miss y mister nación catalana son los clásicos de noventa-sesenta-noventa de todas las pasarelas para las mozas o si para los varones se llevarán tallas mini, tipo Pujol, de uno sesenta tirando por lo alto, etcétera. Se sabe, incluso, de algunos profesores cazurros emigrados a Barcelona que quieren abandonar la literatura para volver a cuidar cabras por estos andurriales, como Horacio y Ovidio, los más clásicos. «Vale», les dijimos el otro día en el pueblo, «todo lo bucólico que vosotros querais, pero que no lean La Vanguardia» . Están advertidos. Un rebaño de cabras locas es lo normal en España, según el refranero, pero sería el colmo que encima te salieran bilingües, con doble nacionalidad, y los cabritos apátridas. De todo esto casi nadie se atreve a expresar aquí opiniones políticamente incorrectas que no coincidan con las del Gobierno. O balas beee ... todo el rato o tienes que callar como en «El silencio de los corderos». O, más bien, de los borregos. España lleva dos años largos pendiente de Cataluña, como si el resto no existiéramos. La verdad es que aquí seguimos, aunque cada día más viejos y menos ricos, según las estadísticas del Inserso y de la Junta. Y da la impresión de ser los últimos de la fila, porque detrás de los catalanes llegarán los vascos, luego los gallegos y los valencianos con sus deudas históricas y, si queda algo, los andaluces, los de Madrid -si bien estos no saben ni de dónde son- y así hasta que les toque el turno a los de León para ser recibidos por el paisano Zapatero y preguntarle, por fin, aquello de «macho ¿qué hay de lo nuestro?». De momento nada. Ya ha dicho el presidente que el proceso de pacificación del País Vasco -eso se arreglaba a hostias, con permiso de los monseñores Setién y Uriarte- va a ser «largo y difícil». De lo cual cabe deducir que hay para otra legislatura y pico con mucho rollo y la leche de talante, menos para lo que de verdad importa: la inmigración, las hipotecas, el paro de los chavales, Antibióticos, el carbón y el paso a nivel del Crucero, donde ahora quieren poner algo parecido a un supercorteinglés, pero a lo bestia para un barrio pobrín: por arriba mucha fachada y por abajo el AVE a cuarenta por hora como mucho. Lo único que va a cambiar es que antes las barreras del paso a nivel paraban a los coches y ahora van a llegar con retraso los trenes, según opinión generalizada del gremio de taxistas. En cuanto a lo del País Vasco, que es la próxima parada, vale más tomárselo con paciencia. La tregua de ETA, los contactos, las negociaciones, el diálogo todavía no se sabe con o contra quién y demás pamplinas que están al caer sólo son tácticas de enredabailes como dicen en las fiestas de mi pueblo, que a menudo acaban a tortas. ¿Estrategias? Dijo el sargento de la policía, que está en franca minoría cuando el último botellón mirando al callejero y al mapa de España: «que se maten entre ellos y esperad a que se haga de día». Si alguna vez amanece, no será poco. De momento todo está oscuro en esta primavera de la que dicen algunos enterados que es «el comienzo del principio del fin de ETA». Hombre, podrían concretar algo más, por ejemplo, son las cinco, dentro de un par de horas sale el sol y por San Juan del año que viene en San Sebastián dejarán de poner bombas y nosotros encenderemos cohetes. Fuegos artificiales, en fin. Huelen muy mal los pactos entre el Gobierno y los nacionalismos. Aquí, por lo menos, apestan. Ahora que está prohibido fumar en el trabajo a algunos se nos ha desarrollado el olfato. Sales a la puerta, fomentas el compañerismo con uno al que antes ni saludabas y todos acabamos haciéndonos la misma pregunta: «¿Cómo es que a Mariano, que dejó de fumar, no le huele el aliento de Zapatero?». O son cortinas de humo del viejo farias antiterrorista o sonrisas profident de la Moncloa. O Rajoy no tiene narices.