Diario de León

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SE TE debe. Este te quiero que aquí te va y ese magisterio tuyo que te empeñabas en disimular y que aquí declaro no valen ya para nada porque llegan tarde y no está ya tu sonrisa inteligente para acusar recibo, que no sería otro que echar a la cuneta los halagos que sabías eran honrados y merecidos para pasar directa y festivamente a celebrar el encuentro, el cruce, a intercambiar gozos, búsquedas o ironías y a parlotear de la belleza que ha de hacerse norma y ha de ensayarse en la cocina del arte, o sea, tu gesto, pintor, genio del color averiguado y de la emoción del brochazo con el que buscabas esa luz que sólo se palpa cuando los corazones andan a oscuras. Rendiste vida y habrás de darla por bien cumplida, aunque siempre nos quede la certeza de que la muerte se adelanta con los grandes y se ceba con la gente buena de verdad porque, como tú, dejan siempre la puerta abierta para que la franquee una confianza que de antemano te pedía el cuerpo brindar a todo el que no trajera puñales en los ojos (y mira que sobran razones para la prevención o la escocedura). Te has ido con un carrado de admiraciones y respetos. Lo que escuché a la salida de tu funeral no pertenece a la piedad ritual de estos trances; eran dogmas que ni siquiera un imposible renegadín o un rencoroso replicarían: Enrique era un genio sin querer serlo, generoso sin deberlo, luminoso sin pretenderlo, agudamente inteligente sin nunca parecerlo, profundamente entreñable sin acusarlo... y amigo sin cobrarlo. Como sucede en los duelos, queríamos aliviarnos de tu pérdida resucitándote en cada uno de los recuerdos que iban empedrando el color de nuestros cariños, el cuadro donde retratábamos tu agudeza y tu bondad. Fíjate, con lo rasposas de vanidad o receladas que son las relaciones entre artistas, ¿por qué jamás te escuché un malmeter a un fulano pinturero o un rebanar la fama al impostor del óleo que sólo es mancha o estafa?, porque esto es lo que en estas cazurrancias le pide el cuerpo cainita a tantos artistas que exhiben zurriago en sindicatines de plásticos y en el pasilleo de alfombras o despachos donde se les agota el genio y la creación que el sino les negó... Para esas guerras te declarabas pies planos e inútil total, no entrabas, te orillabas. Te podía la bondad. Eras genio.

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