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CARLOS G. REIGOSA
León

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SIEMPRE que puede, la Unión Europea «apuesta por la desunión», como bien ha escrito el filósofo francés André Glucksmann. Se ha visto que es así con motivo de las caricaturas de Mahoma en un diario danés, yendo cada Gobierno a lo suyo e intentando sacar un lamentable provecho de la situación. ¿Acaso pensó entonces alguno de ellos en la defensa del humanismo avanzado y la democracia que disfrutamos? ¿Acaso pensaron en la defensa de la razón y de los principios del Estado de derecho? No. Sólo pensaron cómo capear el temporal y salir mejor librados. Cada uno por su lado, como se ha visto. No hay duda: la Unión Europea carece de líderes europeístas con algún prestigio. Se le puede conceder todavía algún margen de confianza a Angela Merkel, pero ninguno a los populistas Chirac y Berlusconi, y menos al mercantilista Tony Blair. Se trate del lío de las caricaturas, de la planificación energética (la opa de E.ON sobre Endesa, por ejemplo) o del sexo de los ángeles, los distintos países dejarán clara su prioridad nacional. Como ha hecho también el presidente Zapatero, después de llevarnos al corazón de Europa. Y, visto lo visto, no cabe criticarlo. Porque si ese corazón era el del eje franco-alemán (que lo era), ya podemos darlo por liquidado. A Jacques Chirac sólo le interesaba el discurso antiamericanista que emanaba de su acuerdo con el también populista y antiamericanista Schröder y que tanto los favorecía a los dos en las encuestas. Nada más. Porque Francia hoy, como denunció el europeísta de derechas (y anti-Chirac) Nicolás Sarkozy, no está en condiciones de liderar nada si antes no lidera un profundo cambio interno, modernizador y desburocratizador. Siempre he creído que Zapatero podría ser uno de esos líderes regeneradores y engrandecedores de la Unión Europea, pero, según se ve, ha preferido dedicar su tiempo a rehacer el Estado de las Autonomías y buscar (con denuedo, eso sí) la paz vasca. Y no digo que estas dos dedicaciones internas no merezcan ser prioritarias. Digo que parecen excluir la dimensión europea, y esto es lo que veo mal. Porque hoy España acumula más energías europeístas que la mayor parte de los países fundadores de la UE. Y no se nota.