CRÉMER CONTRA CRÉMER
Contra el racismo y la xenofobia
LO HEMOS REPETIDO hasta la saciedad a fin de conseguir lo que no se logró con el Estatuto de Cataluña: por si esta querida, admirada y envidiada región hispano-catalana podía ser considerada como nación, o tal como augura el señor Rovira de la Izquierda Republicana, lo que no damos por natural hoy, que sería aceptar sin demasiados deberes la consideración de Cataluña como nación se convierta al final del ejercicio político, en Estado. Lo que además de peliagudo sería catastrófico, digo yo. Bueno, pues quería decir con este introito que en la España feliz de nuestros días siempre hay uno para cada cosa y una cosa para cada día. Por ejemplo, cuando las pateras están llenándonos de ciudadanos amorenados cubriendo todos casi todos los puestos de trabajo y de ocio de que disponemos, se impone en el cuaderno de bitácora de nuestra navegación el establecimiento del Día contra el Racismo y contra la Xenofobia, esta última especialmente dedicada a los inmigrantes de color más bien pálido pero de intenciones, en términos especiales y muy generales, como para reforzar nuestros sistemas de contención; por ejemplo, los rumanos, los rusos blancos, los colombianos y otras gentes de vivir tramposo especializados en forzamiento de cajas de caudales y en asaltos a chalets poblados, para permitirse el tremendo lujo de asaltar a los dueños del inmueble. En vista de lo cual el vecino se pregunta: «¿Somos realmente racistas los españoles?». Y los encargados del esclarecimiento del enigma, dicen que sí, que somos todo lo racistas que se nos permite y todo lo xenofóbicos que nos dejan. De vez en cuando, y en situaciones absolutamente públicas se nos escapan gestos, ademanes y término que nos obligan a temer que sí, que somos lo uno, lo otro y lo de más allá. Porque lo del racismo, por ejemplo, lo llevamos en la sangre, y es muy difícil borrar de nuestros atributos naturales, los datos que nos dejó escritos en la carne y en el pensamiento la historia. Llamamos moros a los subsaharianos y asesinos a los ladres con violencia. Los jóvenes que nos llegan de América, se apresuran a formar bandas para todo hasta para matar. Y ciertamente ni son los almohades, ni los benimerines, ni Almoracid ni Abderramanes los marroquíes o tanzanios que ocupan nuestras costas. Son -¡ay de todos los pobres del mundo!- los que andan intentando conquistar con el consabido pan nuestro de cada día, un espacio para el ejercicio humano de la libertad. Pero el hombre de Alcalá, de las Médulas, de los rastrojos castellanos no es el responsable de tanta miseria desesperada. La culpa es... bueno, a lo peor, todos somos culpables, pero unos más que otros. Y da la casualidad que los verdaderos responsables de una tan descomunal desgracia universal, son los que dictan las normas, los que establecen las leyes que obligan al crecimiento de la pobreza y de la desesperación. ¿Contra la xenofobia? ¿Contra el racismo? Sí, pero no de la manera que lo estamos practicando: Tan torpe y miserablemente que es fácil registrar más ricos cada día y más pobres que nunca.