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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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NO PUEDO NI QUIERO evitar el movimiento de asombro, de admiración y de orgullo que en mí se desarrolla así que, de la noche a la mañana y sin encomendarse a ningún santo del calendario, alguno de nuestros ínclitos varones o tal cual hembra ilustre del mismo campo, inventan alguna fórmula no solamente para incrementar las tasas y contribuciones, sino los medios más idóneos para aumentar el coste de un concejal, por ejemplo. De modo y manera que cuando por la Prensa de la localidad, que viva muchos años, se nos informa que, de común acuerdo y con el beneplácito se supone que hasta del señor Obispo de la Diócesis, el Muy Ilustre y Magnánimo Ayuntamiento de León ha tomado el acuerdo de establecer para honra y provecho de la Ciudad, la semana del mayor, nuestra estupefacción no tuvo límites. ¡Al fin el Municipio se acordaba de la existencia en nuestra vieja comunidad de más de treinta mil mayores de ambos sexos, que necesitan, que exigen, cuidados especiales, como Centros de acogimiento, Escuelas para adultos y subvenciones generosas para aquellos que ya ni pueden con la carga ni cuentan con sobrinos ricos que les pudieran ayudar. Por dos razones principales: Por la importancia que tiene en sí el objetivo, la iniciativa misericordiosa y por la urgencia en superar la caridad que ampara el Inserso. Según la declaración de principios que se hizo pública el Ayuntamiento se lanza a la conquista electoral del Mayor porque así como el catalán apela a la «pela» para justificar ciertas expresiones de democracia libre, de caridad teológica o de ayuda al prójimo para que el prójimo le ayude, así el castellanoleonés y el castellano manchego se entrega a la ayuda al prójimo por el voto. Un colectivo que consta de treinta mil afiliados merece la pena ser atendidos debidamente y aún cuando el calendario de expresiones de esta benemérita acción municipal no alcanza otros niveles de cultura que por ejemplo la presencia de Juanito Valderrama y la visita al Musac, con un desfile de modas, se premian en estas activistas municipales, ya que no la brillantez del programa, sí al menos la voluntad de acertar. Y es que entre nosotros -todavía se ignora la sinrazón de esta tendencia- cuando la Municipalidad se lanza amontar un sarao público no se les ocurre a los directores del serial sino formar un festival con famosas, que bailen, que canten, aunque sea mal, sin que entre el ilustre elenco municipal, tan bien dotado de representaciones de la cultura, surja aquel que ilumine a tan vulgares inventores de zarabandas para analfabetos. Y yo no digo que la culpa de esta vanalidad de nuestras expresiones festivas o conmemorativas sea de los apasionantes y sacrificados miembros corporativos, que harto tienen los pobres con «cubrir el expediente», sin pedir aumento de sueldo. Los únicos culpables de la vulgaridad somos nosotros que no impedimos tales saraos.

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