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Publicado por
EDUARDO CHAMORRO
León

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ANDREW Cockburn, reportero de National Geographic, se refiere al Evangelio de Judas (reseñado desde el año 1963 en la página setenta de los Evangelios Apócrifos de la BAC) y señala que «el cristianismo no sería el mismo sin su traidor». Ciertamente, no es una frase afortunada. En absoluto. En primer lugar, bien se podría decir en este caso que no es el traidor quien resulta imprescindible para semejante mismidad, sino la traición. En segundo lugar, la cosa no es que el cristianismo no sería el mismo sin la traición. Es que sencillamente no sería. Sin el mecanismo articulado por Judas para dar lugar al prendimiento de Cristo, la Pasión no habría tenido lugar. No habría habido sacrificio de Dios. Las cosas habrían sido de otro modo. Habrían sido otras cosas. Y estaríamos hablando de otras peripecias, incluidas las del judaísmo, que apelarían a la verosimilitud del relato -a mayor o menor distancia de los hechos- y a la estructura del dolo, de la culpabilidad y de la pena. Al fin y al cabo, la cuestión tiene que ver con la responsabilidad de lo que pasó con aquel judío de Nazaret que, al cabo de unos años de vida muy pública, no podía ser tan desconocido entre los romanos -soldados de ocupación nada ajenos a las tareas de la policía-como para que sus perseguidores necesitaran de la azarosa ayuda de un apóstol para la identificación del perseguido. Desde ese punto de vista, entender el acto de Judas como una traición resulta incongruente con la profecía y el dictado de lo que había de ser. La información de Judas a los romanos es, de hecho y de modo incoercible, el desencadenante que a partir de ese momento lleva a los personajes de la mano, y garantiza que todo se atenga al argumento debido, al relato tal cual. Tratar de discernir en Judas, en su actitud conocida y en sus hechos, una iniciativa propia o la obediencia a un mandato es desde hace tiempo una cuestión menos penetrante que la de aclarar quién permitió finalmente que pasara lo que pasó. Jack Miles en su biografía de Dios (Planeta, 1996), y Harol Bloom en Jesús y Yahvé. Los nombres divinos (Taurus, 2006) se inclinan por asumir que aquello lo permitió el mismo que permitió el Holocausto. Él único que puede permitirlo todo y cualquier tipo de cosa.