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ESA FRIGIDEZ decorativa, esa ausencia de marco y pared ilustrada que caracteriza a casi todos los restaurantes que se abren hoy como altares de lo mínimo y lo deconstruído, me desanima el paladar y acaba haciendo vagas las sobremesas. La desprovisión de gesto y ornato empobrece el bocado. Comer es algo más que batir mandíbulas. Come la oreja si te cuentan bien qué es lo que engulles. Come la voz cuando exclamas lo que el paladar acusa y recreas el tiempo y los saberes que encierra aquella receta. Comen los ojos que encuentran en la pared un guiño. Come el alma si la conversación supera a la minuta. Y para comer así de pleno no creas que hay muchos sitios, pues donde alardea el cocinero puede marrar la decoración; donde acoge el sitio, a lo peor el camarero lo desgracia; en fin, son rincones que hay que buscar o encontrarlos si te guían. Hay en Oviedo uno de estos sitios. Le cuelgan historia y sentimiento en las paredes. Lleva décadas de bandería porque su fundador impregnó el lugar de lujuria de cazuelas y de charlas enriquecedoras. Poniendo la oreja en aquellas paredes se escuchan todavía los ecos de maestros y se aprende. Conrado fundó el emporio. Marcelo, su hijo, continúa y engrandece. Y en uno de sus rincones, cualquiera siente que el tiempo no ha muerto y que allí sentado sigue Emilio Alarcos sin aristas catedráticas y llaneando en la humanidad de la poesía del sentimiento y de la prosa de la vida. Fotos y dibujos del estudioso de las palabras resucitan lo que susurra el recuerdo. La última vez que Marcelo nos alojó en este rincón anunció que publicará en breve parte de los abultados libros de firmas de este establecimiento. Esos libros, jugosos mamotretos, no los acaba conociendo la gente. Pero en este caso, la divulgación es obligada, porque allí están todos, centenares de nombres con los que se podría zurcir de nuevo toda nuestra última historia; allí está la España que canta y la que piensa, la que pinta y la que achusma por el microscopio, la España de filósofos y la de actores, de príncipes o sabinos y faustinos... No pude terminar la lectura de aquellos cartapacios. Innombrable era la lista y muy sugerentes o reveladoras algunas dedicatorias que inmortalizan el plato y el trato que allí se dispensa... Y todos, como aquí ahora, dibujan la gratitud.

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