El paisanaje
Escozores
SI SE CRUZA usted en la acera con el concejal de su barrio y lo nota nervioso, no debe achacarlo a la primavera. Simplemente está deshojando la margarita de las próximas listas electorales. Los hay que andan como sonámbulos y hablan solos contando farolas -«me quiere, no me quiere»- y cualquiera podría creer que tienen problemas conyugales, pero no es cierto: van pensando en el secretario provincial del partido, que es el que, a éste sí, a éste no, les hace las candidaturas. Enamorados, lo que se dice enamorados, sólo lo están del cargo y, como decía de Berlusconi el periodista italiano Montanell, algunos también de sí mismos. Y, encima, se sienten correspondidos. Así que no son de extrañar las erupciones cutáneas de estos días ni que no haya ningún partido al que no le salga un grano en salva sea la parte: al PP en el Bierzo y Astorga, al PSOE en Villablino y Villaquilambre, etcétera. En cuanto a los leonesistas, divididos como andan entre De Francisco y Otero, son un puro sarpullido. Y, cuando alguien les pregunta en el despacho oficial si escuece, te contestan displicentemente: «macho, sarna con gusto no pica». Tanto sarampión se curaba fácil con sólo cambiar la ley electoral y poner listas abiertas. O sea, que se pueda votar al que a uno le dé la gana, independientemente de la lista y el puesto que ocupe en su particular partido. Y, así, poner una equis en la papeleta del engominado Amilivia para que repita de alcalde y otra en la casilla del socialista Francisco Fernández, el del pelo a cepillo, para concejal de Hacienda, no vaya a ser que el primero se desmelene con la deuda municipal y al segundo no le quede ni para comprar un peine. Ahora no es así, sino que tienes que votar una lista toda seguida, donde a menudo la mitad o más caen fatal, y dejar la otra. Pero, como los puso el partido, no queda más remedio que tragar. Son lentejas. En los primeros tiempos de la transición democrática se nos vendió la burra de que era imprescindible reforzar a los partidos políticos porque los pocos que había no podían tirar del carro después de cuarenta años con Franco diciendo «so» a base de tralla. Efectivamente, los de la UCD eran una excursión de antiguos alumnos del régimen anterior, que primero reventaban el autobús y luego les sobraba sitio en un taxi, como se demostró después de la tejerada del 23-F. De aquella y aunque hoy parezca mentira no había más partido político que el PCE de Carrillo, así que, cuando el PSOE se presentó a las elecciones con el eslogan prehistórico de «cien años de honradez» en contraposición a los de la dictadura, el veterano lider comunista se limitó a comentar irónicamente «... y cuarenta de vacaciones». Que luego perdiera es otra cuestión. Falta todavía un año para las próximas municipales y en las sedes de los partidos suena de música ambiental ruido de sillas que se mueven hasta en el lugar más ignoto del mapa de la provincia. No minusvalore usted nunca a un alcalde de pueblo, porque, aunque le cueste trabajo hacer la «O» con un canuto y la ayuda del secretario, puede resultar clave para elegir al diputado provincial Fulano, de la comarca equis, el cual, a su vez, también decide por un voto de más o de menos el futuro del Palacio de los Guzmanes. Ello da lugar a complejas filigranas en la elaboración de las listas, donde se prima a los más fieles al jefe, aunque sean unos zoquetes, pero seguros. Y el puzzle no es manco, teniendo en cuenta que León tiene 212 alcaldes, más de 2.000 concejales, unos 1.500 pedáneos y no menos de 5.000 vocales de juntas vecinales de pueblo. En total y bien sumados se llega a la conclusión de que aquí viven de la política -unos mejor que otros, pero comen todos- casi tantos como parados tiene en nómina el Inem, eso sin contar cuñadas colocadas por recomendación, recalificaciones de suelo para un primo que parecía tonto y demás familia. Así que este trajín primaveral tiene también su explicación, como casi todo en la vida. Hace tiempo que los partidos no prometen listas electorales abiertas. O tienen overbuquin en las suyas, o no quieren que se les cuele nadie que salga respondón, o las dos cosas a la vez. Cuando mandaba Aznar el PP propuso que los alcaldes salieran directamente de la lista más votada. «A mí me parece lo normal», decía la gente, pero la cosa tenía truco: evitar que los del PSOE se aliaran con otros y barrieran a los del PP sin mayorías absolutas, como así fue en León, Galicia, Santander o Cataluña. Sin ir más lejos no pierda usted tampoco de vista la Casa de Botines, por otro nombre Caja España. De listas abiertas nada. Es verdad que, puertas adentro de los partidos, de vez en cuando suena un portazo, pero siempre es de alguien que se queda fuera. Uno, en fin, al que dimitieron antes de salir elegido.