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TENÍA una deuda de gratitud con alguien a quien aún no tengo el gusto de conocer y que me dejó hace tiempo en este periódico un tetrabrik enorme de cinco litros con grifo-espita en los bajos y, a él pegada, una nota donde me decía que le había gustado una columna mía que redundaba en el vino de amor cosechero. Se traspapeló esa nota y jamás pude acusar recibo. Y aquí y ahora -y si ustedes me lo permiten- me pongo a ello, que nunca es peor que tarde. Me indicaba que era vino de cosecha hecho en la nombrada Tierra del Vino zamorana, que era producción pequeña y que se destinaba exclusivamente al consumo familiar. Como añadía mi remitente que por razones de boda vivía en Val de San Lorenzo, allí ha de conocerle sin duda todo el mundo; y por si hubiere algún desorientado, por Jose Luis responde. Ese vino lo concelebré con la familia; no podía ser de otro modo. Nos supo a honra antigua y humilde. A bodeguilla cierta sabía. Aburridos de crianzas, reservas y pretensiones, fue como devolvernos al vino joven de bregar y de almorzar a media mañana como Dios mandó. Y no sé por qué me acordé entonces de Gandhi, que andaba todo el día con su rueca y su telar a cuestas porque soñaba que cada cual debería saber hilar y tejer sus propias telas, sus paños, sus ropas, para demostrar una testimonial autarquía que le devuelva al hombre la fe de creerse libre en al menos alguna parcelilla y fugado de alguna de las dictaduras del destino, pues lo demás nos los venden, nos lo imponen o nos lo gestionan en nuestro nombre (por lo que, encima, tenemos que pagarles la órdiga en verso). Los tipos que se hacen su propio vino creo que acunan en sus adentros estas mismas sensaciones del tranquilo Gandhi, la certeza de ser dueños de un trocito de esta vida que tenemos alquilada. Son tipos que viven en el calendario de la tierra y no en los trimestres establecidos por las grandes superficies donde es igual el día y la noche, el invierno y la primavera. Creo yo que por tomarse estos esfuerzos conocen el gozo del fruto por mano propia, el valor de las cosas y el ritmo de los gustos, que también tienen sus estaciones, su rima. Hay quien sabe hacer pan. Hay quien hace vino. Los demás no sabemos nada. Y por eso nos estafan.

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