Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Hay gente pa' tó

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LO QUE SUCEDE, lo que nos sucede, es que hay gente pa tó. Y se comprueba este fenómeno, mejor que en ninguna otra época, en la Semana Santa de la Pasión del Señor. Allá por el siglo XVI y diecisiete, el Jueves Santo por ejemplo, era uno de los jueves que relumbraban más que el sol, con el Corpus Christi y el Día de la Ascensión. Era el día para la visita de monumentos, y las gentes se disponían para el ceremonial como si se fueran a casar. A lo grande tradicional: La dama se enjoyaba y se cubría de mantillas con peinetas y los caballeros, abandonando la espada en la hospedería se echaba a la calle, vestido como para representar una comedia en La Corrala, para cumplir como buen cristiano, que lo era en pequeñas dosis, y para la conquista de Doña Marta de Nevares, que era bella por su casa y rica por sus ascendientes. Dentro del templo, que aparecía cubierto, como de luto por la muerte del Justo, el visitador se apresuraba a cumplir con el deber al que le obligaba la tradición y rezaba siete padresnuestros y alguna de las jaculatorias que formaban parte del devocionario personal. Y una vez cumplido este precepto, los tercos corrían a jugarse la hijuela a las chapas, a la orilla del río incluso y a matar judíos, que era menester al que no renunciaban, quizá porque resultaba teóricamente más fácil deshacerse de un vecino de la calle de Tarifa, tierra de judíos, que despachar a algún petrimetre con espada al costado. Y las calles se llenaban de gentes apasionadas, fervorosas y doloridas. Todavía la mujer no se había lanzado a la conquista de la calle vestida de «papona». Y el pueblo asombrado se preguntaba: ¿De dónde sale tanta gente? ¿Qué será del mundo si no encontramos una forma, naturalmente legal, de controlar los nacimientos y por tanto la presencia de gente en las ciudades, en los campos, en la tierra, en el mar?... Pasaron los años y ante la presencia abrumadora de aventureros del hambre invadiendo territorios y convirtiendo los núcleos humanos en enjambres, continúa el personal haciéndose la misma tremenda pregunta: ¿Dónde vamos a parar? Porque estamos dando la sensación de que ya no cabemos en el mundo. Para alcanzar una estadística aproximada del estado de la población andante y rodante y de la tragedia que supone su extensión incontrolada por el mundo, no hay época más indicada que la Semana Santa. Cientos de miles de seres humanos se agitan, corren y se desmesuran por trasladarse de un lado para otro, al mar, al monte y la pradera, a la carretera, al cielo mismo, expulsando a las cigüeñas, al pelotón, o foot-ball, o balompié. El día sagrado de Jueves Santo, se jugaba en la España católica y sentimental, la Copa del Rey entre equipos de más o menos categoría, pero nunca tanto como el Real Madrid o el Barcelona, concretamente un equipo representante de Zaragoza y otro de Barcelona, y en la relación de concurrente a esta gloriosa efemérides acudieron cerca de seis millones de fanáticos, vociferantes, aparejados con vestidos y gorros y atuendos de carnaval. Seis millones para la patada reglamentada, no menos para asistir al Nazareno en su marcha dolorosa. ¿De dónde sale tanta gente? ¿Qué va a ser de nosotros?

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