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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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LA «REALIDAD NACIONAL» de Andalucía alienta, supongo, la gula de los leonesistas. Les da alas humildes. Para proponer, acaso, el reconocimiento de la «realidad nacional leonesa». Diferente de la castellana, claro. Aunque sin futuro, pues no parece que en el nuevo estatuto sea posible incorporar tamaña propuesta. Tampoco creo yo que ningún partido reivindique la «realidad nacional de Castilla y de León». Ahora bien, ¿por qué Andalucía es una realidad nacional, y Castilla y León no? ¿Qué razones podrían oponerse a esa equiparación, aceptando como hipótesis la delirante categoría? Si León fue un reino que duró varios siglos; si León fue la cuna de Castilla y de Portugal; si León fue un país grande que abarcaba todo el cuadrante noroeste, ¿quién podría negar que esa larga historia no justifica una «realidad nacional»? ¿Por qué Cataluña es una nación/nacionalidad -cuando no pasó de principado en el seno de la Corona de Aragón-, y León (y Castilla, claro) no pueden ser «realidades nacionales»? ¿Cómo es posible que Euskadi quiera ser una nación, cuando jamás fue otra cosa que una demarcación de los reinos de Navarra o de Castilla? En definitiva, ¿qué desatino arrasa la mente de nuestros izquierdistas más conspicuos, unidos tan irresponsablemente al discurso de la más rancia derecha separatista? Derecha separatista, insisto. Derecha. ¿Quién diablos en Andalucía se siente miembro de la nación andaluza salvo los escasísimos seguidores del notario Blas Infante? ¿Se han vuelto locos nuestros políticos? Algunos de ellos, parece que sí. Y muchos de los que no comparten la locura, prefieren cerrar los ojos. Y votar con disciplina para no ser botados de las listas. Sólo así se entiende que la totalidad de los parlamentarios socialistas hayan votado en el Congreso la primera zancadilla jurídica desde 1812 contra la unidad de la nación española. Porque eso también es el estatuto de Cataluña: el inicio de un estrafalario desenganche donde la persecución del idioma español -hablado en Cataluña desde hace siglos- alcanza visos de ignominia. Con los votos socialistas. Que también representan a los tres millones de catalanes que hablan castellano. La Constitución, sin embargo, no admite otra nación que la española. Tampoco sé de ningún estado que contemple la existencia de varias naciones en su seno. Incluso en Alemania, que es un estado federal, no hay más nación que la alemana. O en Suiza, donde se hablan idiomas tan diferentes como el alemán y el francés, aparte del italiano. Sé que para muchos este asunto es irrelevante; que les importa más la «Champions Ligue» o las películas porno, y no digamos acabar con ETA como sea, incluso haciendo concesiones ilegítimas si se terciara. Mucha gente piensa así. Porque el adocenamiento y el mirar para otro lado son actitudes sociales muy arraigadas en España, tal vez incubadas en el franquismo, que expulsó de la política a los ciudadanos. Pero también ahora muchos políticos nos quieren obedientes y votantes. Y basta. Y no les gusta que critiquemos que las falacias se adentren en los textos legales. Por mi parte, sospecho que esta deriva hacia la disgregación del estado nos va a salir cara. Porque la inmensa mayoría de los ciudadanos no cree en más nación que la española. Y habrá que desandar lo andado; o cuando menos, frenar en seco el serial independentista. Generando nuevas tensiones, naturalmente. La actitud de Zapatero de no pactar con el PP en un asunto tan básico como éste constituye un gravísimo error histórico. Algo que jamás se hizo desde que se recuperaron las libertades democráticas. Es un fallo enorme, que contrapesa muchos de sus evidentes y muy saludables logros.

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