Diario de León

El paisanaje

Un caballero español

Publicado por
Antonio Núñez
León

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CUENTA Wenceslao Fernández-Florez en sus crónicas parlamentarias de comienzos del otro siglo que cuando el acorazado España encalló en aguas chilenas, allá por el 1920, el Gobierno de Eduardo Dato se apresuró a enviar varios telegramas de felicitación a las autoridades del país andino, incluído uno al práctico del puerto que guiaba la ruta del buque en el momento del accidente «porque el daño pudo haber sido mayor». El escritor gallego concluía que debería haberse felicitado igualmente al buen tiempo por facilitar las labores de achique de los dos compartimentos inundados del España para que no se fuera definitivamente a pique e, incluso y en gratitud a su conducta, concederle la Cruz del Mérito Naval. Es una lástima que el ex ministro Bono, especialista en condecoraciones propias y ajenas, ya no esté al frente del departamento de Defensa, porque ahora estaría estresado. ¿Que Evo Morales expropia las inversiones de Repsol por aquellos lejanos pagos con los tanques militares apuntando a los otros tanques de la petrolera española? Pues se le concede al boliviano del jersey a rayas la Medalla a la Energía, visto que la cosa pudo haber sido peor: darle candela a los pozos, por ejemplo, con los ingenieros españoles dentro. ¿Que el presidente-coronel de Venezuela, Hugo Chávez, expropia las tierras de los inmigrantes canarios y gallegos asentados allí desde antes de que a Franco lo ascendieran a cabo? Pues se le concede la Cruz al Mérito Agrícola por su alma llanera, porque tambien pudo haberlos plantado a todos cabeza abajo a dos palmos bajo tierra y no lo hizo. ¿Y qué decir del comandante Fidel en Cuba, el más veterano del nuevo trío «Los Más Panchos», rebautizados así porque, según ellos son los únicos que plantan cara al gringo Bush? Castro se merece, por lo menos, el premio Cervantes o el Príncipe de Asturias de economía, tanto por lo abultado de sus mítines como por las conclusiones sin vuelta abajo a las que llega en ellos, tal que en El Quijote, según quienes han aguantado ambos rollos. Hace ya muchos años un leonés que escapó de allí casi con lo puesto y luego llegó a presidente de la Cámara de Comercio, de ilustre apellido Rodríguez Pandiella, razón social «Cristalerías Rodríguez», nos explicó un día los conocimientos económicos del camarada Fidel a un fotógrafo de este periódico y a mí entre whisky y whisky y habano va, habano viene, en un bar ya igualmente desaparecido, como Heminway, que regentaba otro tarbernero amigo de nombre de pila Santos: «llegó, me echó las cuentas y me dijo que estábamos a pré». Los gobiernos de Brasil y Argentina, presididos por Lula y Kischner, respectivamente, y que no se parecen en nada a la señora Tatcher han advertido ya, sin embargo, a Evo Morales que, además de arremangarse el jersey, se ate bien lo de más abajo si les toca un pelo a sus empresas petroleras en las tierras del Machu Pichu, donde las leyes internacionales de la ONU sólo autorizan a escupir a las llamas. En consecuencia, han congelado todas las inversiones y se disponen a pleitear para defender lo suyo, aunque ya sólo sea a brazo partido. Serán todo lo populistas e indianos que se quiera, pero por lo menos pelean, en tanto que aquí el Gobierno sólo hace el indio. En España, por el contrario, ha dicho el paisano Zapatero que piensa dialogar y negociar con Evo, el del corte de pelo a taza, e insiste en condonar la deuda de aquel país con España, unos cien millones de euros o 16.562 millones de las viejas pesetas, peseta arriba o abajo. Nunca deben tomarse al pie de la letra las palabras de los políticos, pero, puestos a condonar, si servidor fuera Brufau, el presidente de Repsol, haría acopio de preservativos. Añade Fernández-Florez en su crónica sobre el medio hundimiento del acorazado España que este tipo de finuras diplomaticas «prestigian la galantería española». Tanto de puertas afuera como para adentro. Sospecha uno que también intuía con cien años de antelación los problemas de Zapatero y la tregua de ETA, porque ya entonces y en el mismo artículo terminaba concluyendo que, finura por finura y talante por talante, «no conocemos nada igual como no sea el caso de aquel señor que perdió la vista en un frontón guipuzcoano. El pobre señor era tuerto y una pelota lanzada violentamente batió en su rostro y le vació el único ojo que poseía. Cualquier persona menos educada hubiese prorrumpido en gritos. Pero nuestro hombre era singularmente correcto. Al verse sumido en las densas sombras de una ceguera irremediable, elevó con toda finura su sombrero hongo entre el pulgar y el índice y saludó a la concurrencia diciendo: buenas noches, señores». Estaba ya todo muy visto.

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