Diario de León

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HAY una realidad que se duele y nunca es noticia; hay un porrón de gentes mancadas, tocadas de algún mal, mordidas por la cangreja o postradas en su dolor que son orillados de nuestra mirada informativa. ¿Cuánta población enferma u hospitalizada hay que contar en el padrón ibérico?... Muchos pertenecen a asociaciones dolientes y tienen sus actividades sociales y asistenciales, pero una buena parte sufre el tránsito clínico en soledad y solos vuelven a sus casas con cicatrices o a lamerse las heridas. Sin embargo, no son pocos los que se obligan a dejar constancia de su gratitud por la bondad, el criterio o el tino que tuvieron con ellos los servicios médicos. En «cartas al director» vemos con alguna frecuencia gratitudes encomiadas, reconocimientos a tal doctor o servicio, exaltaciones del celo profesional que tuvieron con ellos. Son cartas veraces y no halagos huecos e interesados. Nacen de entraña cierta y respiran por el alegrón de quien pudo sortear la muerte o la tragedia. Nunca se ven cartas parecidas a un mecánico de coches, a un abogado o a un corredor de Bolsa (y no te digo a un inversor filatélico). Pero al médico, a quien Quevedo profesó y difundió una tirria razonada y picuda por andar con sangrías, torpezas y oliendo orinales, se le tiene hoy en consideración generalmente buena -óptima en no pocas ocasiones-, que por eso vienen los ingleses y nos los llevan para allá para que aquí retaquemos su vacío con galenos exóticos de países raros. De hecho, en valoraciones profesionales que se hacen en las últimas encuestas figuran destacados los médicos como el gremio mejor considerado por la población (los periodistas estamos en el furgón de las tres pes con las putas y los polis; y más bien en la cola, tirando patrás, ay, juasús). Woody Allen asegura que las dos palabras más bellas de esta vida ya no son «te quiero», sino «es benigno». Por eso la oración más sincera que elevamos en nuestros males empieza siempre con un «doctor, doctor». Y si su poder quirúrgico atina, la gratitud será eterna. Conozco varias gentes para las que esa ley de reconocimiento perpetuo se traduce cada año en un presente navideño y en remitir a la consulta de su médico de siempre el primer truchón capturado en la temporada (Ciriaco, te debo uno). Al galeno bueno, salud, enhorabuena y gracias rendidas.

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