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TRAEN al gran don Sigmund de homenajes a barrancos todo este tiempo. Sale mucho a pasear ahora en suplementos, simposiums, criteriums y auditoriums. ¿Por? Nació hace ciento cincuenta años. ¿Y? Por eso. Acúñese nuevo palabro, cientocincuentenario, tracatrá. Lo propio es ir de centenarios, que dan más juego y zumo, En fin, bien venga, porque a don Freud le tengo yo en buen respeto. Se le leyó mucho en este país de países que también tiene sus cuatro o cinco subconscientes... pendientes. Se le leía con devoción, admiración y acatamiento. A unos les atormentó, pero de su tormenta sacaron genialidad (mira Woody Allen) y a otros les confundió o les castró (mira Woody Allen). Hay mujeres muy rebotadas con sus teorías que han ayudado a tumbar su fe psicoanalítica y sus iglesias por ver reducido todo el asunto femenino al complejo que todas tienen de no tener, de no poder mear de pie, de pueri castrati, otra vez la castración feudiana. Sin embargo, lo odioso de Freud es que en sus errores jamás se equivoca del todo; y en sus aciertos, brilla como uno de los más incontenibles y geniales descubridores de este tiempo, el primero en llegar al polo sur del cerebro humano, el primero en dar respuestas que llevaban pendientes cientos de siglos. Pese a que cuando Freud estaba de moda no follábamos nada (pero al año siguiente, el doble: nada de nada), leyéndole a él, a Wilhem Reich, los primeros informes del Master-Johnsons y aquel tacaño Fotogramas que era donde más teta se pillaba, nos considerábamos en el secreto verdadero de cómo debía chingar un correcto intelectual... verdaderamente salido. Por eso andaba Freud mucho en bocas en aquellas reuniones de listillos y fantasmas, reuniones muy de pose en tiempos de mucha pedancia leída (hay que follar más y leer menos, dicen que dijo Zaratustra), pero si lo hacía Woody, ¿por qué no nosotros?... Los devotos le olvidaron. Hallaron empleo, casaron y, al fin, chingaron, aunque en ratín de rutina y atropello. Son la generación que manda o desgobierna hoy. Tienen pasta y se divorcian. Van de coñito nuevo, pero teniendo un nuevo pordónde no se les pina el conqué . Les han vuelto los complejos y se alarman. Por eso le montan al desdeñado maestro un cientocincuentenario. Para preguntarle por lo suyo.