El paisanaje
Un globo, dos globos, tres globos
NO ES QUE los ladrones sean gente honrada, como decía Toni Leblanc, pero casi. De hecho sólo los más patosos van por las esquinas de la vida a punta de navaja o de pistola, como el Maqui de las Ramblas, conformándose con desvalijar a otro pobre hombre como ellos y, si acaso, a la cajera del supermercado, que suele tener más dificultades que él para llegar a fin de mes. Así no hay quien prospere en el oficio. Según se ha vuelto a demostrar estos días con la estafa masiva a 350.000 inversores de Forum Filatélico y Afinsa, de ellos no menos de cinco mil y pico en la provincia de León, sólo triunfan y trincan los grandes especialistas: el botín, o lo que quede de él, se calcula inicialmente en 6.000 millones de euros, casi un billón de las desaparecidas pesetas -y tanto- para quienes siguen contando por la cuenta de la vieja. Hasta el madero o guardia civil más obtuso sabe que para ser un buen timador lo primero que hay que tener es psicología o, lo que es lo mismo, entender las debilidades humanas básicas, la primera de las cuales está situada justo al lado del corazón, es decir la cartera, y la segunda unos dos palmos más abajo, donde lo otro. Sólo así se comprenden los timos de la estampita y el de las segundas nupcias con una -o uno- treinta tacos más joven que tú. En ambos casos cuando echas las cuentas ya es tarde. El timo de la estampita o el del toco-mocho se basan en la avaricia del timado, que, por desplumar a un tonto, acaba él mismo desplumado. La cosa es muy sabida, pero siempre pica alguno. Y tan sabida es que en todas las comisarías saben de sobra que muchos estafados ni siquiera presentan denuncia para no pasar por tontos después de pasarse de listos. Al contrario de alguno que yo también me sé en política, hay todavía gente que tiene vergüenza ajena. Haciendo memoria de los años que uno ha vivido, tampoco tantos, le salen así, de pasada, no menos de una docena de escandalos o escandaleras nacionales. En los años setenta Sofico y Fidecaya, eso fue después del caso Matesa y sus telares, que ofrecían al inversor más rentabilidad que el Plan Marshall, pero en pezqueñines apartamentos turísticos del Mediterráneo. La primera de ellas lucía de emblema un caballito de mar, que acabó ahogándose en procelosas aguas financieras, lo mismo que se hundieron los ahorros de cierta tía-abuela mía. Un poco después y en plena flebitis de Franco no pocos millonarios leoneses intentaron poner a buen recaudo sus fortunas comprando masivamente lingotes de oro a los joyeros, así como suena, aunque luego resulto que no vinieron los rojos y que la ley del metal amarillo no valía ni la mitad de lo que aparentaba brillar. Que servidor recuerde, sólo uno se atrevió a reclamar luego y dispénsese que no se ponga el nombre porque con el tiempo llegó a ser alcalde y el joyero todavía vive, muy bien por cierto. He asistido igualmente desde la barrera, o sea pobre pero honrado, a la quiebra de la Banca Catalana, donde Pujol enterró más o menos 60.000 millones de cuando los dos éramos jóvenes, servidor más que él, a la de Banesto y Mario Conde, al derrumbe de la PSV de viviendas de UGT, que le sirvió a Felipe González para deshauciar a Nicolás Redondo cuando le hizo una huelga general -probablemente el único honrado de aquella escalera- a mayores de Rumasa, Roldán, el puto jefe de la Guardia Civil, con perdón, Gescartera y hasta a Gil y Gil, que también le vendió un chalet a otro primo mío en los Angeles de San Rafael: la casa en la sierra madrileña era muy mona, pero el chollo consistía en que la urbanización no tenía calles ni aceras ni leches, así que los vecinos tuvieron que apencar luego todos a escote. No se pone aquí el nombre porque, como ex ministro, es muy conocido y, además, se apellida igual que yo. Con la perspectiva que da la edad servidor cree encontrarse a salvo de estos y futuros avatares, más que nada porque, como no tiene otro patrimonio que un perrín y un loro, es altamente improbable que me desplumen. Ahora los de mi quinta nos disponemos a asistir al penúltimo timo a lo grande y ese sí que va a ser gordo comparado con la pijada del matasellos: la llamada «burbuja inmobiliaria». Se calcula ya que uno de cada dos pisos que se construyen en León va a quedar vacío y, a pesar de todo, la gente invierte como loca esperando que los ladrillos se revaloricen cual lingotes de oro. Pesar, lo que se dice pesar, pesa cada cosa lo suyo, pero no es lo mismo. Comentándolo el otro día en el banco de un parque del Bergesga que el Ayuntamiento piensa recalificar para chaflanes de apartamentos muy exclusivos, incluída la papelera que usamos los prejubilados potenciales para las mondas de pipas, dijo un vecino: «ahí va Fulana de Tal y mira qué collar lleva al cuello, todo recamado de hormigón». Y es natural. Otra que, de perdida, al río.