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Publicado por
FRANCISCO SOSA WAGNER
León

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ROBAR está mal pero también depende mucho el juicio de valor del objeto robado. Me ocupé hace tiempo de un ladronzuelo que se dedicaba a robar pizzas y le eché un rapapolvo merecido. Que en España, el país que ha inventado las tapas, se haya podido convertir un producto foráneo como la pizza en una pieza apetecible para el robo, demuestra la innegable decadencia de nuestra patria. Porque la tapa es la más acreditada invención hispana. Tienen las tapas gustos intransferibles, ofrecen la delicadeza de lo menudo, son sabrosamente efímeras. La tapa es principio pero puede ser fin, es el resumen del gran tratado de la gastronomía, es su quintaesencia y los únicos establecimientos de comidas que no las ofrecen son las farmacias. Es decir, y era mi tesis, cualquiera puede entender que un sujeto, si es delicado y exquisito, entre en un bar con el rostro enmascarado y diga: ¡las tapas de callos! Pero ¿las pizzas? Desgraciada esta tierra que roba pizzas cuatro estaciones y paga religiosamente la cazoleta de riñones al jerez. Como todo no van a ser disgustos en esta España plural, ahora la noticia es más estimulante. En Andalucía, hay ladrones que prefieren las almazaras a los bancos y han robado de las cooperativas casi medio millón de kilos de aceite de oliva. Provistos de unos camiones y unas mangueras, sin usar pistolones ni amenazas ni rehenes que tiritan de miedo ante sus captores. Robo pues de aceite a gran escala, inimaginable hasta fechas recientes. Según razono, esto ya es otra cosa porque demuestra la finura del delincuente, su primor y buen ojo para detectar dónde están los productos de calidad. El aceite lo es porque sirve a causas muy nobles como los fritos que son ritos y las ensaladas, llamadas así por no llamarlas por su verdadero nombre que es el de poemas de composición atrevida y jugosa. Pero es que el aceite además es un refugio de la buena prosa, como lo es asimismo el mundo de los vinos donde encontramos descripciones cuajadas de hallazgos. Así, de uno del Bierzo, se dice que tiene un aroma fresco, con predominio de los terciarios de especias y de pimienta. O que aporta ligeras notas tostadas y toques florales. En un rioja hay recuerdos de hierbas de monte en nariz y matices frutales que permanecen en el postgusto. De un cava se anota que goza de un desprendimiento de burbuja elegante y continuo. ¿Es corriente encontrar en los escritos descripciones más vívidas, más sedosas y mágicas? Ni en novelas de mucho postín, de esas que salen en los suplementos culturales, alcancía de eruditos. Para encontrar buena literatura hay que ir a los aceites donde también los rasgos que perfilan las características sensoriales de los que son (o se dicen) vírgenes, a saber, fragancia, dulzor, regusto almendrado, sabor a manzanas, afrutamiento, frescura, revelan la complejidad de percepciones que despiertan en el olfato y el paso de boca. Así se dice que el aceite es dulce, sin ser precisamente azucarado, porque se ha descartado lo amargo, lo astringente o lo punzante. Otras veces se alude a la hierba pues anidan en él ecos de la hierba cuando está recién cortada, sin vida pero aun verde y palpitante de destellos. O se habla del sabor áspero que deja estelas buco-táctiles de astringencia. Cuando es picante es porque procede de los aceites obtenidos a comienzos de la campaña, de aceitunas todavía llenas de lujuria juvenil. El almendrado puede ser el típico de la almendra fresca o el propio de la almendra seca, que puede confundirse con un rancio incipiente. Vemos pues el lujo sonante y tintineante de estas descripciones, capaces de alterar el ritmo de las papilas gustativas. Un bodegón con aceite es un acicate para la imaginación y mueve al corazón perezoso a realizar una buena acción. Y el brillo del aceite nos lleva a los tiempos sagrados cuando se pagaba el diezmo del aceite y con él se alimentaban las siete lámparas o se le mezclaba con la mirra para rematar milagros de renombre. Por todo ello, los artículos del Código penal que se aplique a los ladrones de aceite han de ser previamente lubrificados con el aceite de la indulgencia.