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CRÉMER CONTRA CRÉMER

La madre otra vez en su día

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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HOMBRE te diré: «La madre ayer y hoy. La madre siempre». Y eso a pesar de que la madre, las madres, las progenitoras, no son lo que eran. Tal vez se deba a la ciencia. Por ejemplo, días pasados y contra mi buena o mala costumbre acepté colocarme delante de la pantalla para escuchar el contenido y el continente de una entrevista. La interrogada o descubierta, era y es una señora mía, pero de cuya biografía no respondo. Se había casado hasta tres veces y era madre de dos muchachos, ya talludos y con todas las agravantes lógicas en un tiempo como el nuestro en el cual apenas si se aprecia de vedad lo que vale tener una madre como Dios manda o andar por el mundo solos sin madre real y verdadera. La tal protagonista de la entrevista, con una claridad tan meridiana que me causó sorpresa y un poco de espanto, le confesó al profesional que la entrevistaba que efectivamente su vida era suya y que sus hijos vivirían la suya, pero que no tenían por qué someterse, ni los unos ni los otros, a exigencia apenas a su comodidad, a su especial manera de entender la vida, su vida en exclusiva, y de comportarse. Y cuando lo decía sonreía y fijaba la mirada en el interlocutor, como si esperara una réplica desacordada. Y no. El uno y el otro aceptaron que efectivamente, tal como mandan los tiempos, la madre, las madres, muchas madres, con las naturales y ejemplares excepciones, no resultaban tan libres y tan exentas de compromisos con sus propios hijos. Ni por supuesto tan dotada del descaro suficiente como para declarar su liberación y su distanciamiento de aquellos seres que ella contribuyó a dar vida. No soy ningún moralista ni tengo prejuicios en relación con la conducta de las madres modernas, solamente me limito a establecer la lógica comparación de aquella madre que me dio el ser a mí y que después se entregó sacrificadamente a formarme, a hacer de mí el ser humano que soy, con todos sus méritos y con todos aquellos defectos que la madre no pudo corregir. Porque, dígase lo que se quiera y sin que sea esta afirmación mía motivo de bronca, estoy dispuesto a sostener que la sociedad en la que vivimos o en la que malvivimos es el resultado natural del comportamiento de unas madres con sus hijos. La madre moderna es un ser sometido a exigencias económicas, laborales y de ocio personal que impide su dedicación a la educación de sus hijos, a su cuidado y a su formación cultural. La madre de hoy, nunca se acaba de saber si afortunadamente o por desgracia está sometida a ser una víctima de las exigencias de una sociedad egoísta y de consumo. Sin mirar atrás, como la mujer de Lot, por si la desobediencia amenazara convertirla en estatua de sal, la madre acaba viviendo al margen de las necesidades, de las exigencias del hijo, al cual de muy niño, se cede a un hogar profesional para que le cuiden, mientras ella trabaja y de mayores el hijo fuerza un distanciamiento generacional y cultural. Ya ni la madre es lo que eran ni los hijos se sienten vinculados hasta el agotamiento a s sus madres. Y digo yo: «O hacemos de nuestras madres, parte decisiva de nuestras vidas, dedicando tiempo y devoción para la mejor formación del hijo, o la sociedad será lo que quiera ser».

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