Diario de León

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CUMPLIDO el siglo, la enhorabuena vaya por delante. Cumplido el sueño centenario, el soñar desde aquí ha de obligarnos... porque la libertad, que nunca existe del todo, ha de soñarse cada día. Y así, comienza aquí un siglo de incógnitas prometedoras y el dibujo de nuevos horizontes que ni siquiera pueden sospecharse, de igual modo que en jamás de los jamases hubieran podido imaginar hace cuarenta años Marcelo, Juama, César, Alfredo, Aguado, Calleja, Morito, Antonio, Mario, Roherre, Fani o Marilú los puertos y horizontes en los que ha ido recalando en su progreso un rotativo nacido provinciano y que a provincia universal está llamado. De los cien años que cumple este diario, la mitad los llevo pegados a mi pellejo, diez quinquenios repartidos entre mis fisgoneos infantiles en una redacción donde la presencia de dos tíos y alguna madrina la convertía casi en un anexo a la salita familiar... y los años que me han venido colocando en este banco de remar los días con su notaría de afanes y sucedidos al pairo de los vientos que siempre soplan entre noticias, cabezadas, rebeldías... y soñares. Era la redacción de la calle Páblo Flórez donde los teletipos ametrallaban la oreja sin cesar y olía a los ácidos del fotograbado, a humedad de paredón en invierno, a bocadillo de calamares a media mañana y a los bisontes que se fumaba el señor cura mientras leía el «Ya». Allí cabían sólo cuatro que, con cuatro multiplicaciones de orejas, olivettis y pinreles, debían cada jornada tener la cosa lista y redondeada para que a las tres en punto de la tarde estuviera en los kioskos confirmando su condición, hoy rareza, de diario vespertino. Era el decano provincial, pero no cantaba el caralsol por las mañanas como el otro periódico («ha salido Proa, diario de Falange, que lo bailen, que lo bailen», entonaba la chufla popular en estas calles). Por eso raspaba con su papel de fabricación nacional, que si no era estraza era lija, porque el papel de importación, el guapo y terso, lo copaba el otro, la voz del régimen. Y si al nuestro lo inspiraba su propietario natural, la diócesis, el otro se escribía desde la consigna que marcaba el gobierno civil. Me cupo la suerte, pues, de caer en este. Si metías la pata, te mandaban un rosario de penitencia. En el otro te depuraban por rojeras.

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