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ESOS ÁRBOLES, por los que pagamos un cojón, tienen escrito el otoño en su primavera y la muerte vegetal les canta en amarillos palideciendo el ramaje y pordioseando el nuevo brote, que vaguea y se encanija. Son ocho y a ochocientas mil leandras costaron cada uno cuando les compraron en Italia para plantarlos frente al plateresco despampanante de San Marcos. Son robles italianos, quercus rubra, variedad algo pija en la tierra de los tres robles, pues aquí radican su oriundez el albar, el rebollo o el melojo... carballos, tozos o roblonas, que también llaman. Esos robles me recuerdan el dispendio despilfarrador de nuevos ricos (o entocinados) que ya se mostró en el ensolado del viejo claustro del monasterio de Carracedo en el que se pisan losas de pizarra carísima también traída desde Italia hasta esa meca pizarrera de España que es el Bierzo cabreirés del que se exporta a media Europa, menos a sí mismo, porque para eso están las pizarras italianas y los arquitectos con eslabón. Las pizarras, al menos, no se secan. Esos robles de la pija plaza ajardinada de San Marcos, sí. Es plaza copiada en todo, calcada de su gemela original en Lyon, otro plagio urbanístico más de los cien que se perpetran en ésta y en tantas otras ciudades desesperadas por conjurar sus ramalazos de pueblón para convertirse en el hall de la casa de un hortera con dineros. Cosa parecida sucede en esa explanada granítica y carísima (quinientos millones costó el indecente adecentamiento) con los tejos castrados y puestos en pirulada dispersa, tochos, cuadradotes y desesperados (algunos no aguantan más y se suicidan). También se secan porque se duelen del crimen. Fueron mucha pasta desembolsada y tienen vocación de leña. Uno, que es tonto por repetir treinta y cinco años una asignatura que se llama León y no aprobarla (o entenderla), esperaba un gesto mínimo de decencia y disculpa por quien se empecinó en plantar ahí estos robles y tejos que la diñan melancólicos. Y digo que debería instruir una disculpa al menos, aunque fuera hueca, ya que no se le persigue de oficio exigiéndole responsabilidades, como se debiera, pues al final la cosa quedó en fallido o en estafa. Si se compra algo y no funciona, se reclama, se exige cambio o indemnización. Pues échale un galgo aquí.

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