Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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PONFERRADA ES POCO FAMOSA, para qué vamos a engañarnos. Por eso es tan meritorio que gentes locales, que triunfaron lejos, se preocupen por traer un poco de celebridad a estas tierras que durante tantos siglos fueron modestas aunque muy bellas. Y divertidas a ratos. Yo no soy de los que critican a Luis del Olmo. Todo lo contrario. Me parece muy interesante para la urbe esa gran fiesta primaveral, de confusa sustancia, que convoca en Ponferrada a una pléyade de señoras y caballeros muy baqueteados. A gentes que vienen al Bierzo como aquellos ingleses que desembarcaban en Jartum, dispuestos a pasar unos meses de exotismo y morería, de riberas del Nilo, de alacranes gigantes; y de otras muchas amenidades y pasatiempos. Pero todo comprimido en unas horas. Esas personas logran que Ponferrada suene por ahí, por los medios. Con todo, advierto un cierto desfondamiento del proyecto. Como un cansancio general de famosos. Un recorte de la curiosidad comarcal por estar cerca de esas gentes que se hicieron populares a través de la televisión o de la política. ¿Qué pasará, pues, en el futuro? ¿Se difuminará todo? No lo creo porque Luis del Olmo no lo consentiría. Y porque le sobra capacidad para repetir año tras año esa ceremonia que, al margen de otras consideraciones, no deja de ser una prueba de su amor por su ciudad natal y por el Bierzo. Con todo, tal vez haya que buscar otros caminos adicionales para redimir nuestros pacíficos y oscuros siglos de anonimato. Y yo ahí me apunto al disparate y al sano nihilismo. Para convertir a Ponferrada, por unos días, en una ciudad única y extravagante. ¿Y qué podría suceder entonces? No es fácil concretarlo, pero se me ocurren algunas cosas. Por ejemplo, un homenaje municipal a los personajes más atrabiliarios que vivieron en la villa. Personas que nos hicieron tan felices sólo con observar su anarquismo, su marginación, su libertinaje. Como Dominguín, aquel limpiabotas que era trovador por las barriadas. O aquel minero de Matarrosa que paraba el tráfico rodado y que detenía, a gritos de fe y cachondeo, las misas de doce en San Pedro. Y tantos, tantísimos, otros. También se me ocurre una pasarela de moda para la Semana Santa, donde se presentarían novedosos y provocativos trajes de nazarenos y nazarenas. Y concursos de canto para gente que no sabe cantar. Y muchas licencias escatológicas. Y un simposio sobre la prostitución en Ponferrada en los años de la ciudad del dólar, donde intervendrían clientes y profesionales, muy mayores ya, claro. Y familias enteras representando su vida cotidiana en medio de la calle. Y carreras de hombres desnudos rumbo hacia mujeres desnudas que también vendrían corriendo en dirección contraria. Y grandes fastos eucarísticos, como cuando Franco. Y respetuosas lecturas de la obra de escritores bercianos inéditos. Y muchas danzas regionales, pero organizadas absurdamente: vascos danzando la sardana; bailaores andaluces moviéndose al son de la jota. Y muñeiras ejecutadas por falleras valencianas. Y muchos hombres y mujeres lanzando discursos de todo tipo: a favor del amor libre, en contra; a favor de la vida eterna, en contra. Y luego, al atardecer del último día, ver un gran barco negro, movido con ruedas naturalmente, que iría avanzando por las calles más céntricas de la ciudad, bajo una nube de confetti, aclamado por miles de bercianos y de forasteros encandilados. Un gran barco negro y de Fellini en cuya popa una orquesta tocaría una música muy estrepitosa y en cuya proa las autoridades locales y los más egregios y altaneros bercianos, irían recibiendo los plácemes del pueblo enloquecido de alegría y de pena al mismo tiempo.

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