Los que también se fueron
Ancianos españoles que emigraron a Brasil en la década de los 40 aspiran a una asistencia que concede el Estado español; muchos no recuerdan dónde nacieron
Emigrantes españoles que buscaron mejor vida en Brasil han escapado de la indigencia y recuperado la dignidad gracias a pensiones asistenciales. Pero, para algunos ancianos, sin manera de probar su nacionalidad, es un beneficio lejos de hacerse realidad. Es el caso de Silvino Calles y Francisca Mendieta Romero, dos emigrantes que llegaron a Brasil a finales de la década de los 40 y que ahora aspiran a una asistencia que concede el Estado español, y que existe en muy pocos países. La suerte no sonrió a Silvino Fuentes, o Silvino Calles, según a quien cuente su historia este anciano menudo que desembarcó en Río de Janeiro con un grupo de marinos del buque de la Armada Juan Sebastián Elcano y que, dejándose llevar por las «malas compañías», se quedó en tierras brasileñas. El miedo a ser deportado y encarcelado por desertor hizo que se escondiera de las autoridades, hasta que, a finales del 2005, la propietaria del bar donde trabajaba y vivía en Petrópolis (a 60 kilómetros de Río) informó de su caso porque iba a cerrar el bar y no sabía qué hacer con él. A los 72 años, este anciano no tiene familia, ni recursos y sufre fallos de la memoria, lo que hace difícil remontar a su pasado. Dice que nació en Zamora, en Gamones de Sayago -que podrían ser el municipio y la comarca de esos nombres- el 27 de septiembre de 1934, y que se alistó a los 14 ó 15 años en la Marina. Ahora vive en el Recreio dos Ancianos, una residencia fundada por un emigrante gallego, Manuel Barreiro Cabanelas, donde actualmente mora medio centenar de ancianos españoles, la mayoría de ellos sin recursos. Algo más de suerte tuvo Francisco Guibert, un ex trabajador siderúrgico que embarcó de joven en Bilbao para trabajar en Brasil y a los 78 años fue hallado por una asistente social viviendo en la indigencia en Belo Horizonte, hasta que fue llevado al Recreio. Por su parte, Francisca Mendieta, como ella se identifica, cuenta, con un español perfecto y frecuentes sollozos, que abandonó España por una pasión, de la que ahora se arrepiente. «Yo me entregué a él», recuerda de su relación con un brasileño que la dejó embarazada, aunque ella nunca conoció al pequeño porque la familia con la que vivía «se lo quitó» al no estar en condiciones de cuidarlo. Embarcó clandestinamente con destino a Brasil, donde esperaba encontrar a su novio, y recibió documentación brasileña con la única identidad que puede demostrar, Silbia Montenegro Mariscal. Ahora, a los 82 años, enferma y necesitada, asegura que nació en Cazorla y era hija de Pedro Mendieta, un celador del cuerpo de Correos y Telégrafos de España, y Catalina Romero. Explica que nunca se atrevió a pedir ayuda consular porque tenía miedo a que la detuvieran por llevar documentación falsa. «De dos años y medio para acá, entré en desespero», comenta la anciana, que tiene una hija desempleada y se lamenta de que la pensión de su marido no llega al sueldo mínimo de Brasil (unos 140 dólares mensuales), así que «no da para nada». El cónsul de España en Río de Janeiro, Rafael Fernández-Pita, explica que demostrar la nacionalidad «es un requisito indispensable» para beneficiarse de las ayudas a las que tienen derecho los emigrantes españoles, y ella no tiene nada que permita verificar los datos. Según Antonio Casas, jefe de la Sección de Trabajo y Asuntos Sociales del Consulado español en Río, hay un envejecimiento rápido entre una primera generación de emigrantes que Más de 49.500 emigrantes españoles son beneficiarios de una pensión asistencial por ancianidad, de los cuales casi 4.000 viven en Brasil.