Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Los hombres se matan

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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A VECES CUESTA TRABAJO decidirse por este o por el otro asunto, puesto sobre la mesa de la actualidad por alguno de esos fenómenos astrales que tanto suelen influir en el comportamiento humano. Y por ejemplo, sin entrar en el cogollo del percance, a mí me parece que entre el pleito que sostienen los representantes municipales de Villaquilambre, que es poblado de mis más entrañables recordaciones y la dramática decisión de ese muchacho de Valladolid, cansado de sufrir, que se quita la vida o ayuda a que alguien colabore piadosamente con su desesperación, va una distancia lo suficientemente larga como para recortarla, a más corto dolor. El doliente, o cercenado de tal manera que tan solo le quedó, de su total arquitectura de ser humano, un levísimo movimiento de labios, sin articulación y sin sonido. Pensar en que un ser que con tan profundo conocimiento y sensibilidad tan exquisita pudo acabarse en una tarea centenaria de creación, para que al cabo de tantísimos trabajos y cuidados deriven en un dolorido manojo de articulaciones frenadas y de sangres de ritmo lento, es para quebrar los estímulos y aun las doctrinas mejor traducidas. Morir no es tarea fácil, y cuando un hombre tan bien dotado como nuestros suicidas, acaban por buscarla muerte con angustia, es porque evidentemente, no queda en el agónico personaje ni el más levísimo deseo de permanecer. Dios, según el Génesis nos dio la vida, pero también la muerte. Y de la misma manera que perseguimos la propia continuación defendiendo la vida, así cuando todos los medios para la supervivencia fallan o se quiebran, debiéramos disponer de libertad suficiente para cerrar todas las puertas y dejarnos morir en silencio. Quizá uno de los documentos que más fuertemente me impresionara fue la novela romántica de los «Sufrimientos del joven Wherter» de Goethe, cuando decide dejar de vivir y se queda sin amor. Lo mismo cabría decir de Larra, muero de un fogonazo por la misma causa. Y en los últimos años de este siglo nuestro, tan henchido de asesinatos y de muertes airadas, los suicidios se suceden, lo que demuestra la inestabilidad real de la estructura social del mundo que nos han destinado y la incapacidad del ser humano para soportar ese anticipo de la muerte que es la total invalidez. Condenar la eutanasia, la desesperación y la utilización de la vida para la propia destrucción, puede resultar fácil desde ángulos de opinión más bien teóricos, pero convendría que antes de pronunciarse los severísimos jueces contra el libre ejercicio de vivir o morir del ser humano, pasaran por la tremenda prueba de sufrir junto a la víctima destinada al dolor, la enormísima tortura, el castigo cruelísimo que supone el dolor, la inutilidad, la marginación, la muerte en vida. Vivir sin vivir puede aceptarse como máxima mística teresiana, pero no soportarse con desesperación de condenados. Porque de los desesperados es la muerte sin sentido. Morir, ni siquiera cuando se reclama la muerte para eliminar el dolor, no es bueno. Pero agonizar desesperadamente tampoco.

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