LITURGIA DOMINICAL
Llamados a otra dimensión
«¡DIOS MÍO, Trinidad a quien adoro!, la Iglesia nos sumerge en tu misterio; te confesamos y te bendecimos; Señor Dios nuestro». Así comienza el himno de las Vísperas de la fiesta de la Santísima Trinidad. Ha sido compuesto por Don Bernardo, Velado Graña, Este sacerdote astorgano, tan rico en saberes como en humanidad, ha puesto sus dones poéticos al servicio de la fe más limpia. Una fe que se hace confesión y alabanza del misterio trinitario que distingue a la cristiana de los otros monoteísmos con los que el Concilio Vaticano II la invitaba a dialogar. «Oh Palabra del Padre, te escuchamos; oh Padre, mira el rostro de tu Verbo; oh Espíritu de amor, ven a nosotros; Señor Dios nuestro». En estos versos de Don Bernardo Velado la Trinidad Santa de Dios no languidece en vitrina de cristales. Adoramos a un Dios que vive y engendra, vive y se comunica, vive y ama. Porque la Trinidad de Dios es la vida. La vida de Dios. Y nuestra propia vida, insertada ya para siempre en su comunidad de comunión. Una triple misión El Evangelio que se proclama en esta fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a meditar la última consigna del Maestro: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19). Enseñar, bautizar y hacer discípulos. En esas palabras se encierra la triple misión de la Iglesia. Una vocación profética para anunciar una palabra que salva. Una función litúrgica en la que se celebra la nueva vida. Una tarea de diario pastoreo que recoge, alimenta y guía a la comunidad de los cristianos. Para eso fueron llamados los discípulos de la hora primera. Con esa triple encomienda fueron enviados por el mundo. Un encargo que para siempre compete a toda la Iglesia, a toda diócesis o parroquia, a toda comunidad y cada uno de los creyentes en Jesucristo. Y en medio de todo, la evocación del Padre, del Hijo y del Espíritu. En su nombre hemos sido bautizados. En su presencia recorremos el camino. En su intimidad habitamos, existimos y actuamos. Dios con nosotros «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Ésa es la última palabra de Jesús. ¿ ¿Está el Señor con nosotros? Benedicto XVI repetía hace unos días en el campo de concentración de Auschwitz una pregunta inquietante: «¿Dónde estaba Dios en aquellos días de muerte y genocidio?» Un teólogo judío había contestado hace unos años: «Estaba precisamente en los que eran ajusticiados». El Señor está con nosotros, porque se ha identificado con nuestra propia suerte. Y con nuestra muerte. ¿ ¿Estamos nosotros con el Señor? Nos cuesta admitirlo, pero lo religioso ha sido proscrito del escenario público. Creen que así nos liberan de mitos y de miedos. Pero nos destruyen. El psiquiatra Enrique Rojas acaba de decir en la revista «Vida Nueva» que la persona se mutila y empobrece si olvida que ha sido llamada a otra dimensión. Si se priva de lo más importante de sí misma: su espíritu religioso. - Con toda la Iglesia nos atrevemos a proclamar la alabanza de nuestra fe trinitaria: «Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén».