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PERMÍTASE la escapada y una historia; apárquese la reiteradísima actualidad y el barranco de los sucesos, porque hoy el protagonista es un simple escarabajo, el ciervo volador, el más imponente de los escarabajos, cuyos mejores ejemplares alcanzan precios desorbitantes en el Japón que los tiene por fetiches. En cualquier parte del planeta se le encuentra. Los escarabajos son las más perfectas maquinarias de supervivencia en estos azares de la evolución. La pinta de este ciervo volador asusta. Ye feroz con ese alicate enorme que lleva por delante, pinzas de tenaza. Por un documental de la Dos me entero de su curiosa forma de procrear, cópula mediante, claro está. Es lo de siempre: hembra a la que le llega la hora y le pide ruido el chirri, machos que acuden ebrios de feromona a disputar con dos espadas un solo agujero, y entonces hay que combatir para demostrar quién es el más machote, asunto de cojones; es cuando la cosa de la pelea y la demostración se alarga y se engallan como posesos, pues los dos son buen par de gallos... Mientras tanto, un tercer macho que no habría tenido opción ni media leche en la disputa por el chirri allí en espera, discretamente se acerca a mesa servida y señora puesta y allí mismo se la zumba a la vista de aquellos dos ceporros grandones que siguen dale que dale en sus interminables alardes, esa lid no sangrienta que tiene mucho de lucha leonesa, pues se trata de trabar al adversario por el torso, darle voltereta o cadrilada y voltearle de espaldas en el suelo, que es como más putas las pasa el escarabajo (y algún luchador de la montaña), para que se quede allí pataleando como centollo en cazuela, o sea, lo mismo que en las luchas leonesas intestinas. Pues bien, el narrador encomió la maniobra astuta de ese macho segundón -y no especialmente dotado- a fin de lograr sigilosamente el premio y el polvo... ¿Astuto el escarabajo... o astuta la escarabaja?... Los machos están en su papel; ella, la hembra, es quien finalmente acaba consintiendo y seleccionando cubridor optando por el pacífico, el que rehuye la bronca, el medianejo. ¿Y eso?... No lo dijeron. A especular: La hembra no elige al grandón, porque quizá acabaría temiéndole... y cobrando. El mediocre siempre se marcha del lugar del robo y, agradecido, la dejará en paz.