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TRIFULCAS domésticas con portazo se resuelven, se grita al bies, se pide la hijuela y se larga uno de casa. No tiene más cosa esa arremetida municipal de Alija del Infantado (antes, de los Melones) que advierten a la Junta sobre su voluntad de segregarse de la provincia leonesa y pedir asilo y auxilio a Zamora, como aquella vez que los propios zamoranos se pasaron en masa y comuneramente a la jurisdicción del rey portugués... y bien rápido que se les arreglaron sus demandas con tal de restablecer su retorno. Como medida de presión o espanto, vale la advertencia, pero buscar la solución a sus problemas en el paraíso zamorano que anda en las colas de los derechos territoriales y de las promesas incumplizas que nunca llegan a la zeta les va a costar el otro güevo y otros cuantos kilómetros de impaciencia y exasperación, porque lo que quieren en Alija es un centro médico, pero, al parecer, no hay suficiente cupo de cartillas que lo justifique o soporte, de manera que nadie sabe de forma podrían conseguir zamoranamente ese centro médico. Aún así, se persiste en la demanda, que también tiene su lógica y su razón objetiva, aunque amagar con llevarse los trastos hasta la frontera tiene, cuando menos, mucho de teatralidad política, mucho de posturita rebotada y nula viabilidad jurídica. Si persistieran y se habilitaran las segregaciones anunciadas por varios municipios leoneses, las provincias vecinas se pondrán las botas (o alabre de espino para no añadirse otro problema más a los que sin duda han de tener), porque ya Sajambre -decano en anunciar su secesión- ha advertido en las últimas décadas de su voluntad de anexionarse a su vecina asturianía, como lo ha hecho La Baña pidiéndose Zamora por por no resolverle León su gravísimo déficit en comunicación por carretera... o el mismísimo Bierzo que en boca de alguno de sus profetas nacionalistas insisten en la galleguidad de su asunto y en que algún día serán quinta provincia (que a mí siempre me suena a quinto coño). Y ahora, Alija que dice «pues me voy», me hago zamorana... ahí la tienes, báilalá, báilalá, no le quites el mandil, el mandil... La exaltación de nacionalismos pueblerinos del «solo puedo» da como resultado estas criaturas, estas soberanías de atrezzo y pura comedia.