EL PULSO Y LA CRUZ
Peligra gravemente su salud
Mañana es Día del Corpus. Casi nada. Fiesta grande en toda la geografía religiosa de nuestra provincia. Tristemente algunos pueblos -parroquias, quise decir- se quedarán sin ella. Por falta de habitantes... y por falta de «curas». Así son las cosas. Un signo más de que algo está cambiando muy rápidamente en nuestras tierras. Terminará por no conocerlas ni la persona más entrañable de la familia, que dijo el otro con palabras más rotundas. Por eso, los católicos deberemos, todos -también los de «medio pelo», que llaman «no practicantes»-, hacer un esfuerzo por sostener y manifestar nuestra identidad contra tormentas y modas. Mañana tenemos ocasión. En concreto, participando, o sea, tomando parte activa, en la fiesta. Eso quiere decir asistir a la celebración de la Eucaristía y a la procesión subsiguiente con el Santísimo. Vuelvo a dejar constancia de que la valoración de ésta última no se debe medir por la cantidad -y la calidad- de quienes al borde de las calles observan, más o menos devotamente, el paso itinerante del Señor Sacramentado, sino por la fe que muestran quienes en ella van. Una procesión es una manifestación pública de la fe del pueblo, lo que se entiende mejor en nuestro mundo rural: todos los que asisten a Misa acompañan después por las calles al Santísimo. Nadie se sitúa en plan «mirandés», si no es algún impedido o enfermo asomado a la ventana -adornada, faltaría más- de su domicilio. En las ciudades y poblaciones grandes la realidad se puede desfigurar por caer en el garlito de pensar que la procesión es un espectáculo digno de verse... y de criticarse si falta orden, compostura, número o trompeta. Y no. También es verdad que el paso del tiempo y la canijez de nuestra fe ha podido quitar entusiasmo y animación a estas muestras multitudinarias. Aquí sí que hay tela que cortar: ojalá se pareciesen nuestras procesiones a esas manifestaciones reivindicativas que tanto abundan en nuestros días. Pero a donde quería llegar realmente era al significado de este Día de Corpus. Es, ante todo, el Día de Caridad. No podía ser menos: el día en que Dios nos muestra el amor más extremo debe ser el día en que se nos invita a poner el amor fraterno en el centro de la vida. De eso se trata. Ese amor traducido en obras es el que promueve y canaliza la organización de Cáritas. Les prometo más detalles en próximas entregas. Otra cosa. Miren que hay que ser sutiles. Verán. Resulta que estamos en esta España nuestra en la cresta de la ola de una ofensiva laicista, o sea, de querer borrar de la vida pública y social cualquier presencia o vestigio de la dimensión religiosa, y en concreto cristiana, en la persona humana y en nuestra milenaria cultura. Sería muy fuerte decir que el ser creyente perjudica gravemente la salud. Como el tabaco, vamos. Bueno, pues se trata de decir lo mismo pero con retruécanos semánticos soltados como que no quiere la cosa. ¿Saben cómo? Aquí está la exquisitez y el mensaje subliminal. Y es que está uno en la obligación de ser suspicaz y más conociendo los entresijos mentales y cordiales de quienes desde la sombra tiran piedras y esconden la mano, eso sí con una sonrisa de humor socarrón. Me dirán que termine de desvelar la causa de este comentario. A ello voy. Días atrás una agencia de noticias, muy preocupada por lo visto por la salud de los castellanos y leoneses, ofreció a los medios la noticia -algunos la difundieron- de que los servicios sanitarios de urgencia de nuestra comunidad habían tenido que atender diversas necesidades, entre ellas algunos mareos (desvanecimientos y caídas, dice la nota) durante la celebración de la Misa dominical del pasado día cuatro. Un medio de nuestra provincia tituló: «Dos personas sufren desmayos cuando asistían a misa en sendas iglesias de León». Ahí queda eso. Para más detalles una de las alarmas fue en la parroquia de San Francisco de la Vega, del barrio del Crucero de la capital, y la otra en Villasinta de Torío. Moraleja oculta: no vayan a misa los domingos, que corre peligro su integridad física y mental. ¿Que es excesiva la interpretación? No se lo crean, que detrás del torticero mensaje no sólo hay ingenio, sino también mal líquido de ese que se suele poner ácido con las tormentas y los calores del verano.