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LITURGIA DOMINICAL

Cuerpo y sangre de Cristo

Publicado por
JOSÉ ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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Ya hay restaurantes que «dan primeras comuniones». Se viste a los niños como si hubieran celebrado su Primera Comunión y, sin pasar por la iglesia, se organiza una fiesta en su honor. Es importante subrayar que todo ocurre «como si» esa fiesta familiar siguiera a una celebración cristiana. Pero no es verdad. No hay tal celebración cristiana. Está muy bien que una familia quiera organizar una fiesta en honor de un niño. Pero no es honrado darle un nombre que remite a la fe, cuando no se ha intentado siquiera celebrar un misterio de la fe. De todas formas, esto que ya comenta la gente, debería recordarnos que incoherencias semejantes se dan en otras muchas ocasiones. Por ejemplo, cuando celebramos la eucaristía del Señor, sin entregarnos al servicio de los demás. Olvidamos que eso es lo que el Señor reflejaba en el gesto de la entrega del pan y del vino. O cuando recibimos la «comunión» sin procurar estar en «comunión» sincera con la comunidad eclesial a la que pertenecemos. En esos casos el signo no contiene el significado que aparenta. Está vacío. No es verdadero. Siete efectos En la fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor, volvemos a meditar el relato de la institución de la Eucaristía (Mc 14, 12-26). ¿Qué significa aquella institución para los seguidores de Jesús? Es claro que es un alimento para la vida y una celebración de la vida recibida. El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (n. 274) resume su significado en siete puntos importantes: «La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana. En ella alcanzan su cumbre la acción santificante de Dios sobre nosotros y nuestro culto a Él. La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia: el mismo Cristo, nuestra Pascua. Expresa y produce la comunión en la vida divina y la unidad del Pueblo de Dios. Mediante la celebración eucarística nos unimos a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna». Eso es lo que representa la Eucaristía en la vida de la Iglesia. Ese texto podría servirnos de pauta para una meditación en esta fiesta del Corpus. Podríamos preguntarnos cuál de esos efectos es más significativo para cada uno de nosotros y para nuestra comunidad. Alimento y bebida De todas formas, en la celebración de esta fiesta resuenan de nuevo las palabras solemnes que Jesús pronunció en el Cenáculo. Las sabemos. Pero no pueden dejarnos indiferentes: ¿ «Tomad. Esto es mi cuerpo». Jesús se había entregado a los demás con toda sinceridad. Había estado cerca de los enfermos y de los pecadores. En la víspera de su muerte, entregaba el pan a sus discípulos. Y se entregaba a sí mismo como comida. El pan era su palabra. El pan era su vida. Gracias a aquel alimento sería posible recorrer cada día el camino de la fe. ¿ «Esta es mi sangre derramada por todos». Jesús sabía que los corderos sacrificados en aquellas fiestas de Pascua recordaban la liberación de su pueblo. También él ofrecía su sangre como bebida. Y como signo de una nueva libertad. El vino era su mensaje de alegría. El vino era su vida. Gracias a aquella bebida sería posible celebrar el encuentro de la fraternidad. - Señor Jesús, «sacerdote, víctima y altar», que te entregas en la eucaristía para que tengamos vida, reúnenos como hermanos en torno a la mesa de este sacramento. Amén.